jueves, 14 de mayo de 2015

MITOLOGÍA PARA NIÑOS: Hércules y las yeguas de Diomedes.

Euristeo se estaba poniendo realmente nervioso. Hércules conseguía salir airoso de todas las pruebas a las que se le sometía, y esto no podía ser. Debía encontrar la manera de acabar con su primo, algo debía haber en este mundo a lo que Hércules no pudiera vencer. Euristeo pensó y pensó hasta que por fin recordó que en las fonteras del norte de Grecia, en la lejana Tracia, se encontraban las yeguas mas feroces y temidas de todo el país: las yeguas de Diomedes. 




Rápidamente, sin poder disimular su alegría, hizo llamar a Hércules:

Tu próximo trabajo te llevará hasta el Palacio de Diomedes del que deberás traerme VIVAS, recuérdalo bien, sus cuatro yeguas.

La verdad es que el trabajito se las traía. Os cuento.

Diomedes fue uno de los reyes más sanguinarios y temidos de toda Grecia. Hijo de Ares, el dios de la guerra, y como éste era la viva personificación de la brutalidad, la violencia, el tumulto y la confusión. Vivía a orillas del mar Negro desde gobernaba a la tribu guerrera de los bistones. Pero su bien más preciado, su gran tesoro eran cuatro yeguas salvajes a las que quería y cuidaba como si fuesen sus hijas y a las que había convertido en antropófagas. ¿Qué significa esta palabra?

Que únicamente se alimentaban de carne humana. 
Sí, sí hombres como nosotros que les proporcionaba el propio rey. 



Cada vez que un extranjero se acercaba al reino y pedía hospitalidad la obtenía. El propio rey lo alojaba en su palacio con las mayores comodidades, pero una vez dentro y confiado, mandaba a sus sirvientes que lo atasen y se lo sirviesen a las yeguas como comida, mientras él disfrutaba orgulloso contemplando cómo sus queridas yeguas trituraban el manjar. No está mal, no.

Éstas eran las cuatro yeguas que Hércules debía llevar vivas al Palacio de Euristeo. Además, para complicar si cabe más el asunto, Diomedes había puesto todo un ejército de sirvientes que velaban por el confort y la seguridad de sus preciados animalitos.


Nadie se podía acercar a las yeguas y si alguien lo hacía rápidamente se convertía en el almuerzo de esa tarde.



Figuraos la dificultad del trabajo que esta vez Euristeo permitió que Hércules fuese acompañado de un buen contingente de voluntarios que le ayudarían en su nueva misión.


En cuanto llegaron a Tracia fueron conducidos con todos los honores al Palacio de Diomedes, donde les alojaron. Pero desde el primer momento Hércules pensó que bajo aquella hospitalidad probablemente se estuviera enmascarando una buena trampa. Así que tras disfrutar del banquete que les ofrecieron y cuando supuestamente debían retirarse a sus aposentos, Hércules dijo a sus amigos:

No os durmáis. Creo que su intención es matarnos mientras lo hacemos.
He oído decir que matan a todos su invitados para ofrecerlos como alimentos a las yeguas

Sin necesidad de mayores explicaciones todos se fueron a dormir y antes del amanecer salieron por la ventana, con el mayor de los sigilos, camino de las cuadras.




Una vez allí se llevaron una grata sorpresa pues los mozos que velaban por las yeguas todavía no se habían despertado. Así que reducirlos no se convirtió en un problema. Salvado el primer escollo, forzaron la puerta y entraron dentro de las cuadras. Lo que allí contemplaron era realmente espeluznante.

Las yeguas recostadas en una esquina seguían
devorando los brazos y las piernas de su última víctima.

Hércules y los suyos apartaron la vista ante semejante espectáculo. Lo que más les hubiese gustado era matarlas en ese mismo momento pero no podían...

Euristeo las quería vivas.



Haciendo grandes esfuerzos para vencer el asco Hércules se acercó y empezó a desatarlas de los postes a las que estaban sujetas.

Rápido llevémoslas a la playa.

Pero de repente escucharon una voz a sus espaldas.

Mis protegidas hoy estarán encantadas con semejante manjar.

Era el rey Diomedes que con su espada en la mano no podía dejar de disfrutar de la situación. Hércules se lo había puesto todavía más fácil de lo que esperaba.



Pero Hércules le miró sin tan siquiera estremecerse. Rápidamente analizó la situación. Lo primero que debía hacer era reducir a su contrincante así que congiendo un palo que tenía a su lado le golpeó en la mano haciéndole perder la espada. La situación había cambiado: en un cuerpo a cuerpo no había ningún hombre en esta tierra capaz de superar con Hércules.

Como si de una pluma se tratase Hércules cogió a Diomedes de la cintura y lo llevó hasta el comedero de las yeguas, donde lo dejo caer.

Os podéis figurar que ante el olor a carne fresca no había parentesco ni recuerdos que valiesen.

Diomedes acabó devorado vivo por sus propias yeguas.


Y, ¿qué pasó con las yeguas? Pues muerto el perro acabada la rabia. Las yeguas tras devorar a Diomedes se habían vuelto mansas y dóciles por lo que fácilmente pudieron ser conducidas a  Micenas, en donde Euristeo les esperaba, como siempre, escondido en su tinaja.

Muerto Diomedes parecía que el maleficio había acabado 
pero...


Os espero el jueves que viene con más aventuras de Hércules, el más fuerte de cuantos héroes han existido.






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