Lo primero que nos gustaría aclarar es que no es una pieza escrita para niños, pero como veréis a continuación funciona perfectamente para ellos y realmente la disfrutan imaginando con la música escenas como el carro atravesando la estepa rusa, los bulliciosos niños jugando en los jardines de las tullerías o la discusión entre el judío pobre y el judío rico.
¿Escenas narradas con música? Sí, que no os extrañe pues estamos ante un estupendo ejemplo de música programática, ese tipo de música de carácter descriptivo que tuvo su momento de mayor esplendor en el romanticismo y que tiene como objetivo evocar ideas o imágenes extra-musicales en la
mente del oyente.
Y, qué evoca esta música, me preguntaréis. Pues como muy bien reza su título, los cuadros de una exposición. Pero os voy a contar primero la génesis del proyecto y será mucho más fácil situarnos.
En 1873 fallece Victor Hartmann, arquitecto y amigo personal de Modest Mussorgski. Un año después, a modo de homenaje se realiza una exposición de sus dibujos y maquetas -el propio compositor cedió obra de su colección particular- que sugiere a Mussorgski la composición de esta pieza en la que intenta evocar a partir de la música los cuadros contemplados y las sensaciones allí percibidas.
Con la idea en la cabeza la concepción de la obra fue muy rápida y en apenas tres semanas estaba escrito el ciclo para piano que conocemos como Cuadros de una exposición.
Pero como siempre la pregunta está en el aire. ¿Si es una pieza para piano por qué vamos a escuchar en muchos de los números a una orquesta? Pues porque de la misma obra hay versiones orquestales. Sí, versiones en plural. Estamos ante una de las piezas más veces orquestada, y entre todas ellas podríamos destacar la de Touchmalov (1891) por ser la primera que se hizo, la de Leonidas Leonardi (1924), la de Serguei Gortchakov (1955), la de Vladimir Ashkenazy (1983) y por supuesto debemos destacar la de Maurice Ravel la más conocida, la que se ha impuesto en el repertorio y por tanto la que hoy escucharemos.
¿Y la de Mussorgsky? No existe. Mussorgsky, aunque parezca extraño por la calidad de su obra y el reconocimiento que ha tenido a lo largo del s. XX, era un músico que no tenía una formación solida detrás, un músico amateur podríamos denominarlo, por lo que le resultaba muy complicado hacerse cargo de la orquestación de una obra. De ahí que en muchas de sus composiciones la orquestación haya corrido a cargo de otros músicos, en especial de Rimsky Korsakov.
Sin más dilación, comenzamos nuestra visita a la exposición.
La obra está compuesta como una suite de quince piezas y de estas quince piezas solamente diez tiene relación con algún cuadro de la exposición, las otras cinco son una variación de la primera: Promenade ( paseo). Ésta es la pieza que abre la suite y lo que Mussorgsky quiere sugerir con ella es ese paseo, ese el deambular de cualquiera por la exposición entre los cuadros. Por ello la misma pieza, aunque variada, aparece en distintas ocasiones enlazando diferentes cuadros. Como el propio compositor cuenta en una carta a Vladimir Stassov, su propio rostro aparece en estos paseos, si queréis escucharlo, estad atentos, porque son los dos compases con los que se abre la pieza.
Paseo.
Gnomus.
Esta pieza es un muy buen ejemplo de que Mussorgsky no
pretendía hacer una reproducción musical literal de la imagen pictórica. Él partía de una sugestión insignificante, en este cuadro un
cascanueces, y pintaba a partir de ellas imágenes que correspondían con
sus propios arquetipos y fascinaciones personales. En este caso Gnomus un ser inquietante y casi denomiaco que reconocemos retratado en los instrumentos de viento que nos hacen sentir que estamos ante las convulsiones, los aullidos e incluso las claudicaciones de ese ser monstruoso que camina con las patas torcidas.
Finalizada la contemplación del primer cuadro, volvemos a deambular por la galería en busca de más imágenes que contemplar y volvemos a escuchar el paseo, en esta ocasión la variación, a cargo de la trompa, es mucho más dulce y nos deja preparados para afrontar un nuevo cuadro: El viejo castillo
El viejo castillo
Una melodía llena de nostalgia evoca la imagen de ese castillo medieval en la que a sus puertas canta un trovador. Comienza el fagot grave, pausado, lleno de recuerdos, tal vez incluso de una manera obsesiva, para pronto (0'26 min) dar paso al tema casi elegíaco del saxofón, estamos frente al trovador. A partir de aquí un canto maravilloso, en momentos incluso dialogando con el fagot, tal vez dialogando con sus recuerdos que nos da pie a jugar al quién es quien en esta historia. En el min 1'15 tenemos un tercer motivo, más corto y evasivo en las cuerdas para completar la historia.
Un soberbio número en el que además del buen hacer de Mussorgsky se nos muestra la genialidad de Ravel como orquestador.
Una melodía llena de nostalgia evoca la imagen de ese castillo medieval en la que a sus puertas canta un trovador. Comienza el fagot grave, pausado, lleno de recuerdos, tal vez incluso de una manera obsesiva, para pronto (0'26 min) dar paso al tema casi elegíaco del saxofón, estamos frente al trovador. A partir de aquí un canto maravilloso, en momentos incluso dialogando con el fagot, tal vez dialogando con sus recuerdos que nos da pie a jugar al quién es quien en esta historia. En el min 1'15 tenemos un tercer motivo, más corto y evasivo en las cuerdas para completar la historia.
Un soberbio número en el que además del buen hacer de Mussorgsky se nos muestra la genialidad de Ravel como orquestador.
Un nuevo paseo -vuelve a ser interpretado por las trompetas respondidas por las tubas y por la cuerda-, se ve interrumpido por otro cuadro, pero en este caso estamos en un parque.
Las Tullerías
Frente a la nostalgia anterior en este cuadro todo es finura y ligereza, como un juego de niños en el que Mussorgsky innova con las armonías pero en la búsqueda de una sonoridad dulce.
Mussorgsky con este cuadro nos quiere llevar a París, al parque de las Tullerías donde escuchamos como juegan los niños, discuten, se divierten e incluso se tiran del tobogán. Debido a la ligereza musical que se busca en este número no vais a escuchar ni trompetas, ni tubas, ni trombones, que hasta ahora han tenido bastante importancia, y por instrumento de percusión sólo un pequeño triángulo.
Bydlo
Sin transición, es decir sin paseo llegamos al siguiente cuadro que nos lleva a la estepa rusa. Allí distinguiremos una carreta tirada por bueyes, (la cuerda grave y los fagots siguen rítmicamente el paso de esta pesada carreta) y sobre ella una melodía popular, robusta interpetada por la tuba.
Lo que más llama la atención de este cuadro es el juego que establece Mussorgsky con la intensidad, con lo fuerte o suave que debe intrepretarse un sonido. Gracias a ello podemos imaginarnos perfectamente la manera en que la carreta se aproxima (el gran crescendo) y se aleja (pianísimo apenas audible).
Tras Bydlo, un nuevo tiempo de descanso, de caminar por la exposición y por ello nuevamente aparece el paseo, probablemente el más tranquilo y delicado de todos los que escuchemos, interpretado por la madera en el registro agudo que dará paso a la cuerda anunciándonos el nuevo cuadro que se avecina.
Ballet de los dos polluelos del cascarón.
De los diez cuadros de Viktor Hartmann seleccionados por Mussorgsky para esta obra, este es el único del que se conserva el original y es precisamente esta tinta china que presentamos que fue creada para la puesta en escena del ballet Trilbi. Para evocarnos esta imagen Mussorgsky creó una pieza llena de humor, toda una obra maestra, en donde las flautas, las grandes protagonistas, acompañadas de las maderas y las cuerdas son polluelos que luchan por romper el cascarón y desprenderse de él.
Lo dejamos aquí, si os ha gustado pinchando aquí iréis a los números que faltan. Mientras os dejo una versión de la obra completa para que os vayáis ambientando.
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