domingo, 19 de enero de 2014

Música para niños: Ma mère l' Oye, de Maurice Ravel (2º parte)

Continuamos con el según post dedicado a Ma mère l' Oye, esa obra escrita por el compositor francés Maurice  Ravel en 1908 para piano a cuatro manos y con los niños Jean y Marie como destinatarios.

Para aquellos que no nos leísteis ayer, os dejamos el enlace (pinchar aquí) en el que hablamos del preludio y los tres primeros cuadros de esta obra. Para los que sí lo hicisteis, solamente recordaros que estamos ante una suit y que en cada uno de los números Ravel evoca un momento de un cuento clásico. Los que ayer escuchamos, además del preludio, La danza de la rueca; Pavana para la bella durmiente del Bosque y Las entrevistas de la Bella y la Bestia.

Los que hoy nos quedan: Pulgarcito; Laideronnette, emperatriz de las pagodas y El jardín mágico. Comenzamos.


Pulgarcito

En un tiempo Muy moderato Ravel nos lleva al interior del bosque. Allí, a la caída de la noche, los hijos del leñador, cansados y con frío, caminan vacilantes. Les escuchamos desde el principio en los violines tocados con sordina, que con un dibujo de terceras y sus cambios constantes de compás, nos describe las dudas y vacilaciones de esos niños. Intentos de despegar, de ir hacia delante, pues parece como si la melodía fuera a deplegarse primero en el oboe (a partir min 0'22) para después intertarlo el corno inglés (0'42). Escuchamos también las escandalosas llamadas de los pájaros, tocadas por los violines con sus trinos y glissandos (min 2'14) e incluso escuchamos como contesta un cuclillo (flauta 2'16). Pero la marcha prosigue para finalmente desvanecerse en el último acorde que con la tonalidad utilizada (Do M) nos disipa toda angustia.


Laideronnette, emperatriz de las pagodas.

En este número Ravel se basa en un cuento de la  Condesa Marie d’Aulnoy, rival en su época de Charles Perrault, en el que se nos narra la historia de una bellísima princesa que es condenada por una malvada hada -no a dormir cien años- sino a una horrible fealdad.  De hecho Laideronette se podría traducir como Feucha. Desesperada, la protagonista se encontrará con una serpiente verde que le lleva por el mar hasta un lugar muy lejano llamado Pagodins, en el que viven unas diminutas criaturas cuyos cuerpos son de cristal, porcelana y piedras preciosas. Y el momento que Ravel elige para evocarnos a través de la música es el baño purificador que se da Laideronette mientras los Pagodins tocan sus exóticos instrumentos, -al salir de él la niña fea se convierte en la Emperatriz de las Pagodas y se casa con la serpiente verde que resultó ser un apuesto principe.

  

Una historia que le da pie a escribir la pieza más extraña y seductora de la suit en la que nos da muestra del gran orquestador que es. Un movimiento de marcha (un, dos, un, dos) bastante más vivo, más rápido que el anterior, le sirven de soporte a un baile de sonoridades de una riqueza inusitada que parecen venir de allende los mares. Flauta piccolo, xilófono, arpa, celesta, címbalos se suman a una cuerda, que divida, añade refinamiento. 


El jardín mágico 

 Último número.  Lento y grave nos indica Ravel y en él nos va a devolver la luz y el canto de los pájaros. En el cuento, la princesa ha sido despertada por un beso del príncipe encantado y la pareja será bendecida por el hada. Los instrumentos de cuerda nos van a abrir la puerta de ese mundo maravilloso y nos van a guíar hasta el deslumbramiento final con la gran apoteosis  a cargo de la trompeta, de la madera y de toda la orquesta. 


El cuento se ha acabado pero nosotros tenemos la suerte de poderlo escuchar nuevamente. En esta ocasión en la versión para dos pianos creada por Ravel en 1908.

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