En la mitología griega hay un mundo situado debajo de la tierra o más allá del horizonte, como se describe en la Odisea. Un mundo nebuloso y sombrío, morada de todos los mortales de la que muy pocos podían escapar. Un inframundo que estaba compuesto a su vez por varios reinos: Los campos Elíseos, destinado a los muertos virtuosos y cuyos habitantes tenían la posibilidad de regresar al mundo de los vivos aunque muy pocos lo hacían.
El Tártaro, la región más profunda del mundo, los cimientos del universo, una gran prisión fortificada en donde las distintas generaciones divinas fueron encerrando a sus enemigos y más tarde se convertiría en el calabozo de las almas condenadas y los Campos de Asfódelos, el lugar en el que reposaban las almas de aquellos que tuvieron una
vida equilibrada respecto a los conceptos representativos del bien y el
mal.
Acceder a cada uno de estos reinos no era ni voluntario ni sencillo. Para ello había que seguir unos pasos. El primero cruzar los pantanos del Aqueronte, hasta la orilla opuesta del río de los muertos en la barca conducida por Caronte, ese genio del mundo infernal capaz de conducir la barca sin remar -son las propias almas la que realizan el trabajo pesado- y que suele ser descrito como alguien muy feo, de barba gris, vestido con harapos y un sombrero redondo.
El paso de la laguna Estigia
de
Joachim Patinir
Caronte, por supuesto, no hacía su trabajo gratuitamente sino que por ello cobraba un óbolo -de aquí viene la costumbre de introducir una moneda en la boca de los cadáveres antes de enterrarlo-. Y aquí ya nos encontramos el primer problema pues quienes eran pobres o no tenían amigos que pudiesen hacerse cargo del precio, recorrían, como almas en pena nunca mejor dicho, eternamente la costa, sin posibilidad para cruzar el río y acceder a ninguno de los reinos que antes hemos descrito.
Al otro lado del río Aqueronte llegaban a los Campos de Asfódelos en los que las almas, bien fuesen virtuosas o malvadas, ímpias o benditas vagaban juntas en espera de que Hermes, -el mensajero de los dioses, el de las sandalias alabas, ¿lo recordáis?- les condujese al tribunal que sentenciaría cuál era su lugar: las almas ni virtuosas ni malvadas se quedaban en los Campos de Asfódelos, las impías eran enviadas al
camino del tenebroso Tártaro, y las heroicas se iban al Elíseo.
Y diréis, muy interesante todo lo dicho, pero, ¿por qué nos cuentas todo esto si está sección trata de monstruos mitológicos? Pues porque en esa otra orilla del río Aqueronte quien les recibe, o mejor quien vigila quién entra en el Hades y sobre todo impide la salida de los muertos, es un terrible monstruo de tres cabezas de nombre Cerbero.
La imagen con la que suele ser representado es realmente terrorífica: tres cabezas de perro, una cola formada por una serpiente y en el dorso erguidas, multitud de cabezas de serpientes. Y, por si a alguien esto le parece poco, en algunos lugares lo pintan no con tres, sino con cincuenta cabezas. Su lugar no variaba, él no vagaba por los distintos reinos sino que siempre permanecía atado a la puerta del Infierno y desde allí se dedicaba a aterrorizar a las almas.
Aunque, como siempre, hubo quien pudo con él. ¿Os acordáis de Heracles y sus doce trabajos? Pues bien, el undécimo trabajo fue precisamente descender a los infiernos en busca de Cerbero para devolverlo a la tierra. Que el valor de Heracles era inmenso no nos queda la menor duda, pero para salir airoso de esta hazaña necesitaba algo más que valor. Por ello Zeus hizo que Hermes y Atenea le ayudasen, además de instar a Heracles para que se iniciase en los misterios de Eleusis. Y me preguntaréis, ¿qué son los misterios de Eleusis? Son ritos de iniciación a través de los cuales Heracles aprendió la manera de llegar con plena seguridad al otro mundo después de la muerte.
No fue sencillo el camino hasta el Dios Hades, para ello hubo de vérselas, entre otros, con la Gorgona Medusa, la que petrificaba con la mirada o con el héroe Meleagro, entre otros. Cuando, ya por fin, se encontró ante el Dios de los infiernos le pidió autorización para llevarse a Cerbero. Hades accedió con la condición de que dominase al monstruo sin recurrir a ningún arma. Únicamente podía contar con sus manos y por supuesto Heracles lo consiguió.
¿Os imaginaís la cara de Euristeo, la mente pensante de los doce trabajos de Heracles? No se lo podía creer. Cuando vio a Cerbero le entró tal ataque de pánico que se escondió donde siempre lo hacía, en su jarra. Sí, sí habéis escuchado bien.
Y, ¿qué pasó con Cerbero?, sería la pregunta que queda por responder. Sencillo, Heracles decidió devolvérselo Hades, su dueño, quien lo volvió a poner en el mismo lugar.
Si os ha gustado, el próximo viernes tendréis otro monstruo mitológico.
Una manera divertida y amena de introducir a nuestros niños en el
fascinante mundo de la mitología.
Pinchando en el siguiente enlace accederéis a la lista de los 20 monstruos que en las próximas semanas comentaremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario