Desde que Sofía se propuso encontrar el mapa de
Eume, soñaba que se encontraba con azulino. Soñaba que se sentaban en la Roca
de Julio y Sofía le preguntaba todas las dudas acerca del misterio que guardaba
el bosque: le preguntaba si era un tesoro, un fantasma, un paraíso escondido.
Pero eran sólo sueños, porque azulino igual ni conocía la Roca de Julio.
Sofía soñaba mucho y daba vueltas en la cama y se enrollaba en el
edredón de lana que su abuelo le tejió para el verano, porque en verano en el
monte hace frío por las noches.
A la mañana siguiente de encontrar la cruz, Sofía no se acordaba
si era roja, azul o amarilla, porque andaba medio dormida y a veces al
despertar se confundía lo que había soñado con lo que había vivido. Desayunó un
poco y salió de casa adormilada mientras Dama se iba lavando la cara por las
pozas que se formaban a la orilla del camino que bajaba al río. Sofía iba
peinada con su diadema por detrás del flequillo y tenía las sandalias amarillas
con la batería llena. Como no se encontraba tan despierta como para conducir
por el cielo prefirió ir espabilando por la tierra, con el fresco de los
árboles húmedos y la luz del sol empezando a calentarle las mejillas.
Las dos aventureras fueron en línea recta hacia la cruz de ayer.
Iban muy preparadas para lo que pudiera ocurrirles buscando el mapa de Eume;
Dama con su cantimplora y Sofía con su cuerda y su mechero. Habían aprendido
cuales eran las hierbas sabrosas del campo y las masticaban todo el tiempo,
mirando siempre hacia delante. Dama iba olisqueando todas las ramas que Sofía
apartaba.
- Vamos Dama, no te entretengas con esas cosas que tenemos que
llegar a la Cruz de Ayer a buscar el mapa.
Allí estaban las plantas rojas y cuando vieron a Sofía, sus tallos
largos se desperezaron y comenzaron a tintinear como campanillas. Donde se
cruzaban las dos aspas, había un gran cuadrado con hierba verde muy cortada,
parecía el césped de la casa del abuelo. Le preguntaron a las plantas que
sonaban como campanillas dónde estaba el mapa.
- Planta roja, ¿sabes dónde está el mapa? ¿Y tu hermana sabe dónde
está el mapa? ¿Y tu otra hermana lo sabrá?
Pronto se cansaron de
preguntarles a todas aquellas plantas que no hablaban y decidieron sentarse
encima de una piedra a pensar dónde estaría el mapa. Podía ser que estuviese
enterrado debajo de alguna planta roja, podía ser que estuviese enrollado
dentro de una planta roja, o podía ser que estuviese en el pico de alguno de
los pájaros que de repente empezaron a volar en círculo alrededor de las aventureras.
Un ruido venía de lejos,
pero Sofía no se enteraba y seguía diciendo en voz alta todos los lugares en
los que podría estar escondido el mapa. Dama la escuchaba dando brincos en la
misma piedra en la que ella estaba con las piernas estiradas. Seguía y seguía
nombrando en voz alta los escondites más rebuscados cuando de repente se calló
y a Dama se le pusieron las orejas de punta. La piedra empezó a temblar y las
plantas rojas dejaron de hacer tilín tilín tilín y empezaron a hacer tolón
tolón tolón. La piedra sobre la que estaban sentadas tembló hasta que de golpe
se abrió hacia abajo y las dos aventureras empezaron a gritar:
- Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!
… las dos amigas se colaron por aquel agujero
muy bien abrazadas hasta que cayeron en una manta transparente y mullida.
Dama se ajustó la
cantimplora, que se le había quedado de sombrero. Sofía se recolocó la diadema
y la chaqueta que se le había enrollado en la cara. Lo que tenía delante de sus
ojos era un cartel que ponía “Ayer”.
- ¡Dama! ¡Estamos en el
metro! ¡En el metro de Madrid!
Dama se frotó los ojos y zarandeó la cabeza
muchas veces y muy rápido. Sofía volvió a mirar el cartel, luego los raíles
vacíos que tenían enfrente: no era Madrid, era el metro del bosque.
Entonces Sofía se dio cuenta de que la piedra
en la que estaban sentadas hace unos minutos y que se abrió de repente era una
boca de metro que se llamaba “Ayer”. Los vagones eran animales de color
amarillo reflectante: eran del mismo color del chaleco que su abuelo se ponía para
andar en bici. La mayoría de los pasajeros que montaban en metro eran insectos
que iban al trabajo porque llevaban traje y maletín. Los que esperaban en el
andén leían el periódico en tabletas electrónicas y bebían de unos vasos de
cartón que echaban humo.
- Aquí abajo -pensó Sofía- aún es invierno.
Mientras Dama ligoteaba con uno de los
vigilantes de seguridad que era muy peludo como ella y le parecía muy valiente,
Sofía se preguntaba qué eran aquellos vagones de peluche. Le preguntó a un
conejo que escuchaba música por los auriculares y el conejo le explicó muy
amable que los vagones eran topos reflectantes:
- Así, con la cantidad de bombillas que hay en
las paradas –le explicó el conejo- los vagones brillan y los pasajeros saben
que el topo está quieto para que puedan subir
Cuando Sofía perdió de vista la matrícula del
último topo la estación se quedó sin gente. En cuestión de segundos se dio
cuenta de que delante de sus narices había un mapa del metro ¡Por fin!
-
¡El mapa! – dijo Sofía en voz alta
Era un mapa de metro con muchas paradas y entre
todas ellas, pudo leer el nombre de su abuelo: Antón
- Dama: hoy volvemos a casa en metro. Nos
subimos en el siguiente.
Así
que las dos aventureras se mezclaron entre la multitud de animales que
utilizaban el transporte público para moverse por debajo del bosque. El
maquinista las avisó de que habían llegado a su destino. Se bajaron del topo y
subieron por unas escaleras mecánicas hasta una piedra que estaba debajo de la
ventana de Sofía. Las escaleras estaban hechas con raíces de árbol. Tal vez,
eran las raíces del olivo donde le gustaba sentarse a leer a su abuelo después
de regar las plantas. El abuelo dio un salto en la silla:
-
Sofía, ¡qué susto me has dado!
-
Jajaja, ¡abuelo!
- Y yo mirando a la puerta del jardín para ver cuándo llegabais
porque ya se está haciendo de noche.
-
¡Te pillé abuelo! ¡Jajajajaj!
El abuelo
frotó la cabeza de Dama y le dio un abrazo a su nieta aventurera:
-
Anda anda… que vaya susto me habéis dado. Venga, vamos a hacer
algo de cenar que hay que irse a la cama pronto, a dormir, para poder soñar y
mañana contarles a todos las aventuras que han de pasar.
Ilustraciones: Paul Cézanne
Texto: María Peña Lombao
Texto: María Peña Lombao
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