Herman Vogel, 1921.
La pobrecita soportaba todo con paciencia y no atrevía a quejarse a su padre, que la habría regañado,
porque estaba del todo dominado por aquella mujer.
Tomas Sully, 1843
...pero Cenicienta aun con sus andrajosos vestidos, era cien veces más hermosa que sus hermanastras...
Edmund Dulac
...y cuando terminaba sus quehaceres, se refugiaba en la chimena, sentada en las cenizas,
lo que había dado lugar a que la llamarán en casa Cenicienta.
Alexander Zick (1845-1907)
Sus trabajos eran tantos que solía pedir ayuda a las tiernas palomas, a las amables tórtolas y a los pájaros
para que le ayudasen a recoger las lentejas que deliberadamente tiraban sus hermanas...
Pero sucedió que un día el rey dio un baile en honor de su hijo e invitó a todas las personas de categoría
y, por supuesto, sus hermanastras estuvieron invitadas. Durante días en su casa no se habló de otra cosa
y cuando llegó el momento...
Harry Clarke, 1922
... y tras vestirlas peinarlas...
Jacomb Hood, 1889.
Tras la marcha de sus hermanastra Cenicenta se queda triste y sola; y cuando nadie la veía, se echó a llorar.
Su madrina, que la vio hecha un mar de lágrimas le preguntó que le pasaba.
Oliver Herford (1863- 1935)
-Nada... me gustaría tanto...tanto...
Su llanto era tan intenso que los hipos le impedían seguir. Así su madrina que era un hada, le dijo:
Te gustaría ir al baile, ¿a qué sí?
-Nada... me gustaría tanto...tanto...
Su llanto era tan intenso que los hipos le impedían seguir. Así su madrina que era un hada, le dijo:
Te gustaría ir al baile, ¿a qué sí?
Jessie Willcox Smith, 1916
-¡Ay, sí, mucho!- respiró Cenicienta entre suspiros
-Pues yo procuraré que vayas, si te portas bien -contestó la madrina. Ahora veté al jardín y tráeme
una calabaza.
Gustave Doré, 1897.
Cenicienta fue a coger la más bonita que encontró y la llevó a su madrina sin entender
cómo podría hacer que fuese al baile con aquella calabaza. La madrina la vació y cuando sólo quedaba la cáscara le dio un golpe con su varita.
-¡Ay, sí, mucho!- respiró Cenicienta entre suspiros
-Pues yo procuraré que vayas, si te portas bien -contestó la madrina. Ahora veté al jardín y tráeme
una calabaza.
Gustave Doré, 1897.
Cenicienta fue a coger la más bonita que encontró y la llevó a su madrina sin entender
cómo podría hacer que fuese al baile con aquella calabaza. La madrina la vació y cuando sólo quedaba la cáscara le dio un golpe con su varita.
George Cruikshank, 1854.
Ahora ve al huerto y tráeme los seis lagartos que encontrarás detrás de la regadera- pidió el hada madrina.
En cuanto los hubo traído, los transformó en seis lacayos, que enseguida subieron detrás de la carroza con sus uniformes bordados de oro.
-Bueno, ya tienes con que ir al baile ¿no estás contenta?
Aubrey Beardsley, 1895
Pero cómo voy a ir con esta ropa tan fea -contestó Cenicienta.
Bastó que la madrina la tocará con la varita mágica para tranformar su ropa en un
maravilloso vestido de paño de oro y plata recamado con pedrería; luego le dio unos zapatos de cristal y así ataviada subió a la carroza.
Ahora ve al huerto y tráeme los seis lagartos que encontrarás detrás de la regadera- pidió el hada madrina.
En cuanto los hubo traído, los transformó en seis lacayos, que enseguida subieron detrás de la carroza con sus uniformes bordados de oro.
-Bueno, ya tienes con que ir al baile ¿no estás contenta?
Aubrey Beardsley, 1895
Pero cómo voy a ir con esta ropa tan fea -contestó Cenicienta.
Bastó que la madrina la tocará con la varita mágica para tranformar su ropa en un
maravilloso vestido de paño de oro y plata recamado con pedrería; luego le dio unos zapatos de cristal y así ataviada subió a la carroza.
Edmund Dulac, 1929
Pero, antes de irse, la madrina le recomendó que no volviese después de media noche, advirtiéndole
que si se quedaba un momento más en el baile, la carroza se convertiría en calabaza,
los caballos en ratones, los lacayos en lagartos y sus vestidos recuperarían su forma primitiva.
Harry Clarke, 1922.
El hijo del rey, a quien fueron a avisar de que acababa de llegar una gran princesa a la
que nadie conocía, corrió a recibirla. Le dio la mano al bajar de la carroza
y la condujo a la sala donde se celebraba el baile.
Arthur Rackhtam, 1933.
Entonces se hizo un gran silencio; todos pararon de bailar y cesaron de sonar los violines, pues todos
estaban absortos contemplando la gran belleza de la desconocida.
Harry Clarke, 1922.
Todas las damas se fijaban en su peinado y en su atuento, decididas a conseguir
otros parecidos al día siguiente.
El hijo del rey le concedió un sitio de honor y luego la invitó a bailar
Edmund Dulac, 1929
Bailó con tanta gracias que la admiración fue en aumento.
Gustave Doré, 1897.
Así estaba tan entretenida que Cenicienta olvidó la recomendación de la madrina,
de tal suerte que oyó sonar la primera campanada de las doce,
cuando aún pensaba que eran las once.
Anne Anderson (1874- 1930)
...entonces se levantó y huyó, ligera como una gacela...
Jennie Harbour
...El principe la siguió pero no la pudo alcanzar...
Warwick Goble, 1923
Y cuando llegó por fin a su casa y se sentó en la chimena,
el único vestigio que le quedaba de su antigua magnificencia
era uno de sus zapatitos de cristal.
John Hassall, 1895.
...pues tan rápido había huído que el otro se la había quedado en la escalera, siendo el propio
príncipe quien se apresuró en recoger,
sin hacer otra cosa que admirarlo durante toda la noche.
Harry Clarke, 1922.
Al cabo de pocos días el hijo del rey mandó pregonar al son de trompetas que se casaría
con la mujer cuyo pie se ajustase a ese zapato.
Edmund Dulac, 1929
Comenzaron por hacérselo probar a las princesas, después a las duquesas y a toda la corte pero
fue en vano. Lo llevaron a casa de las dos hermanas, que hicieron lo imposible
por tratar de meter el pie dentro sin conseguirlo.
Emrik Binger, 1875
Pero como el ministro tenía orden de hacérselo probar a todas las jóvenes,
hizo sentarse a Cenicienta y al acercar el zapato al menudo pie vio
que este entraba fácilmente y que le quedaba a medida.
Harry Clarke, 1922
La llevaron a la morada del príncipe y este la encontró aún más hermosa que nunca, y al cabo de pocos días
se casó con ella.
La llevaron a la morada del príncipe y este la encontró aún más hermosa que nunca, y al cabo de pocos días
se casó con ella.
Walter Crane
Y colorín colorado el cuento de la Cenicienta ha acabado.
Herman Vogel, 1921
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