Cada
día de vacaciones en el bosque Sofía conoce lugares y gente nueva y siempre la
acompaña su pequeña amiga Dama.
Hoy
es viernes. Para Sofía y su abuelo Antón empieza el fin de semana. Los fines de
semana él baja al pueblo a hacer recados y a visitar a algunos amigos y ella se
pierde por el bosque desde la mañana hasta la tarde. Así que los viernes, los
sábados y los domingos por la mañana, su abuelo les deja unos bocadillos en la
mesa de la cocina y se va de compras todo el día.
Sofía
y Dama salieron de casa muy temprano con las mochilas cargadas de comida, la
cantimplora con limonada y las sandalias amarillas con la batería llena. Fueron
derechas a la Roca de Julio porque ayer descubrieron que desde aquella gran
piedra empezaría su aventura. Caminaron muy animadas porque tenían todo el
tiempo del mundo para seguir buscando a Azulino. Sofía recordó en voz alta que
la parada de metro de la Roca de Julio en realidad se llamaba Meca y que Meca
significaba agujero en el idioma de los topos.
De
camino, se encontraron a Flequillo limpiando los cristales de sus gafas
redondas. Mientras hablaban de Meca, Sofía se dio cuenta de que sus gafas eran
parecidas al marco de los cristales que decoraban la parada de metro que se
llamaba Meca. Pero siguieron hablando y Sofía le preguntó al zorro amarillo de
bigotes verdes:
-
Flequillo, ¿por qué los topos le llamaban agujero al bosque? Yo
pensaba que agujero es donde ellos viven… pensaba que las líneas de metro donde
conducen los topos eran agujeros…
Flequillo,
que era un zorro que lo sabía todo del bosque gallego donde había nacido, le
dijo a Sofía:
- Depende como lo mires,
Sofía: para nosotros que vivimos en el bosque y bebemos agua del río, los topos
viven en agujeros bajo tierra. Para ellos, que viven en agujeros bajo tierra,
esta maravilla de paisaje, con los pájaros, los árboles y toda esta hierba, les
parece un agujero. A nosotros nos parecen oscuras sus madrigueras y a ellos les
pasa al revés. Además, los topos son ciegos y sordos y se mueven guiados por el
tacto. Los topos le llamaban Meca al bosque del Eume porque para ellos, el
agujero es el mundo exterior.
-
¡Ala! ¿Siempre es de noche para ellos?
-
Uy, sí, siempre es de noche.
- Flequillo, ¿y sabías que el lugar que llevo buscando toda la
semana es la Roca de Julio? ¡Mira que dimos vueltas! ¡Y todo para llegar a la
Roca de Julio!
- A veces conocemos lugares maravillosos donde todo de repente puede
ser mágico, pero no nos damos cuenta porque estamos acostumbrados a ir siempre
por el mismo camino. Ahora que llegaste a la Roca de Julio por el suelo, te
gusta más, ¿a que sí?
-
Sísísí, ¡mucho más!
-
Pues a disfrutarlo Sofía ¡Nos vemos!
Y
sentadas sobre la piedra más famosa del bosque, sin ellas saberlo hasta ayer,
Flequillo dejó a las dos aventureras dispuestas a encontrar más pistas. En
cuanto Sofía y Dama le perdieron de vista por encima de los árboles salió una
voz muy grave que cantaba una sílaba: aaaaaaaaa… Y después: iiiiiiiiiiiii… Y
después: uuuuuuuuu…. Y como tenían hambre, abrieron los bocadillos y se los
zamparon mientras escuchaban las vocales que resonaban en todo el bosque.
Cuando acabaron de comer, se levantó un viento cálido. Tan cálido que Sofía y
Dama empezaron a sudar y a sudar y a sudar allí sentadas en la Roca de Julio. Y
el viento se hizo naranja y de golpe aparecieron los músicos murciélagos con
panderetas que marcaban el ritmo de aquella voz grave. El aire se hizo más
naranja, parecía que era de noche: una noche naranja con montañas de arena roja
que volaban por el aire. Era el viento del desierto. Sofía sudaba mucho y miró
a los murciélagos y les dijo:
-
¿Podría hacer alguien el favor de echarme un vistazo? ¡Tengo mucho
pero mucho calor!
Sofía
se tumbó boca arriba con las piernas juntas y los brazos abiertos a respirar
muy profundo mientras Dama la abanicaba con un racimo de helechos recién
cortados.
Pasados
unos minutos el viento paró y todos los murciélagos, con sus gafas de sol y sus
zapatillas blancas, dejaron de tocar la pandereta y se colocaron en el suelo
detrás de la cabeza de Sofía. El calor desapareció de repente y aquella sílaba
larga dejó de sonar. Sofía, que aún estaba tumbada, se levantó y se dio la
vuelta para hacerle mil y una preguntas a la orquesta de murciélagos. Al
ponerse de pie se dio cuenta de que con el sudor de su cuerpo había dibujado
una flecha en la Roca de Julio ¡Qué sorpresa! Y con la frente muy seria y los
puños apretados, Sofía se puso a correr siguiendo la dirección de la flecha. Se
estaba haciendo de noche y no podía perder ni un minuto de luz.
Corrió
y corrió por el aire sobre sus sandalias amarillas. Tan deprisa que no se dio
cuenta de que los murciélagos habían desaparecido como por arte de magia.
Dama
la siguió entre los matorrales hasta que tropezó sus piernas y asomó la cabeza
entre ellas. Sofía estaba de pie ante un árbol bien raro: era un árbol azul y
allí estaban durmiendo todos los murciélagos boca abajo. Se estaba haciendo de
noche, así que sin pensar dos veces en lo que tenía delante de sus ojos, colocó
a su perra sobre la cabeza y corriendo otra vez muy rápido por el aire llegaron
justo a tiempo a casa del abuelo. Charlaron, cenaron y rieron juntos como todas
las tardes.
Mientras
se abrochaba el camisón sentada en la cama, Sofía le confesó a su perra todas
sus ideas sobre el árbol donde estaba escondido Azulino. Las dos cerraron los
ojos convencidas de que pronto, muy pronto, encontrarían a Azulino.
Pero para saber si las dos aventureras descubrirán mañana el secreto del bosque, ahora hay que dormir, para poder soñar y mañana contarles a todos, las aventuras que han de pasar.
Pero para saber si las dos aventureras descubrirán mañana el secreto del bosque, ahora hay que dormir, para poder soñar y mañana contarles a todos, las aventuras que han de pasar.
Ilustraciones: Mark Rothko
Texto: María Peña Lombao
Si queréis continuar leyendo aventuras de Sofía y Dama os dejamos los enlaces de algunas publicadas.
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