sábado, 22 de febrero de 2014

El aire del desierto, de María Peña Lombao


Cada día de vacaciones en el bosque Sofía conoce lugares y gente nueva y siempre la acompaña su pequeña amiga Dama.
 

Hoy es viernes. Para Sofía y su abuelo Antón empieza el fin de semana. Los fines de semana él baja al pueblo a hacer recados y a visitar a algunos amigos y ella se pierde por el bosque desde la mañana hasta la tarde. Así que los viernes, los sábados y los domingos por la mañana, su abuelo les deja unos bocadillos en la mesa de la cocina y se va de compras todo el día.

Sofía y Dama salieron de casa muy temprano con las mochilas cargadas de comida, la cantimplora con limonada y las sandalias amarillas con la batería llena. Fueron derechas a la Roca de Julio porque ayer descubrieron que desde aquella gran piedra empezaría su aventura. Caminaron muy animadas porque tenían todo el tiempo del mundo para seguir buscando a Azulino. Sofía recordó en voz alta que la parada de metro de la Roca de Julio en realidad se llamaba Meca y que Meca significaba agujero en el idioma de los topos.

De camino, se encontraron a Flequillo limpiando los cristales de sus gafas redondas. Mientras hablaban de Meca, Sofía se dio cuenta de que sus gafas eran parecidas al marco de los cristales que decoraban la parada de metro que se llamaba Meca. Pero siguieron hablando y Sofía le preguntó al zorro amarillo de bigotes verdes:

-        Flequillo, ¿por qué los topos le llamaban agujero al bosque? Yo pensaba que agujero es donde ellos viven… pensaba que las líneas de metro donde conducen los topos eran agujeros…

Flequillo, que era un zorro que lo sabía todo del bosque gallego donde había nacido, le dijo a Sofía:

- Depende como lo mires, Sofía: para nosotros que vivimos en el bosque y bebemos agua del río, los topos viven en agujeros bajo tierra. Para ellos, que viven en agujeros bajo tierra, esta maravilla de paisaje, con los pájaros, los árboles y toda esta hierba, les parece un agujero. A nosotros nos parecen oscuras sus madrigueras y a ellos les pasa al revés. Además, los topos son ciegos y sordos y se mueven guiados por el tacto. Los topos le llamaban Meca al bosque del Eume porque para ellos, el agujero es el mundo exterior.

-        ¡Ala! ¿Siempre es de noche para ellos?
-        Uy, sí, siempre es de noche. 
-     Flequillo, ¿y sabías que el lugar que llevo buscando toda la semana es la Roca de Julio? ¡Mira que dimos vueltas! ¡Y todo para llegar a la Roca de Julio!
-       A veces conocemos lugares maravillosos donde todo de repente puede ser mágico, pero no nos damos cuenta porque estamos acostumbrados a ir siempre por el mismo camino. Ahora que llegaste a la Roca de Julio por el suelo, te gusta más, ¿a que sí?
-        Sísísí, ¡mucho más!
-        Pues a disfrutarlo Sofía ¡Nos vemos!

Y sentadas sobre la piedra más famosa del bosque, sin ellas saberlo hasta ayer, Flequillo dejó a las dos aventureras dispuestas a encontrar más pistas. En cuanto Sofía y Dama le perdieron de vista por encima de los árboles salió una voz muy grave que cantaba una sílaba: aaaaaaaaa… Y después: iiiiiiiiiiiii… Y después: uuuuuuuuu…. Y como tenían hambre, abrieron los bocadillos y se los zamparon mientras escuchaban las vocales que resonaban en todo el bosque. Cuando acabaron de comer, se levantó un viento cálido. Tan cálido que Sofía y Dama empezaron a sudar y a sudar y a sudar allí sentadas en la Roca de Julio. Y el viento se hizo naranja y de golpe aparecieron los músicos murciélagos con panderetas que marcaban el ritmo de aquella voz grave. El aire se hizo más naranja, parecía que era de noche: una noche naranja con montañas de arena roja que volaban por el aire. Era el viento del desierto. Sofía sudaba mucho y miró a los murciélagos y les dijo:


-        ¿Podría hacer alguien el favor de echarme un vistazo? ¡Tengo mucho pero mucho calor!

Sofía se tumbó boca arriba con las piernas juntas y los brazos abiertos a respirar muy profundo mientras Dama la abanicaba con un racimo de helechos recién cortados.

Pasados unos minutos el viento paró y todos los murciélagos, con sus gafas de sol y sus zapatillas blancas, dejaron de tocar la pandereta y se colocaron en el suelo detrás de la cabeza de Sofía. El calor desapareció de repente y aquella sílaba larga dejó de sonar. Sofía, que aún estaba tumbada, se levantó y se dio la vuelta para hacerle mil y una preguntas a la orquesta de murciélagos. Al ponerse de pie se dio cuenta de que con el sudor de su cuerpo había dibujado una flecha en la Roca de Julio ¡Qué sorpresa! Y con la frente muy seria y los puños apretados, Sofía se puso a correr siguiendo la dirección de la flecha. Se estaba haciendo de noche y no podía perder ni un minuto de luz.


Corrió y corrió por el aire sobre sus sandalias amarillas. Tan deprisa que no se dio cuenta de que los murciélagos habían desaparecido como por arte de magia.

Dama la siguió entre los matorrales hasta que tropezó sus piernas y asomó la cabeza entre ellas. Sofía estaba de pie ante un árbol bien raro: era un árbol azul y allí estaban durmiendo todos los murciélagos boca abajo. Se estaba haciendo de noche, así que sin pensar dos veces en lo que tenía delante de sus ojos, colocó a su perra sobre la cabeza y corriendo otra vez muy rápido por el aire llegaron justo a tiempo a casa del abuelo. Charlaron, cenaron y rieron juntos como todas las tardes.

Mientras se abrochaba el camisón sentada en la cama, Sofía le confesó a su perra todas sus ideas sobre el árbol donde estaba escondido Azulino. Las dos cerraron los ojos convencidas de que pronto, muy pronto, encontrarían a Azulino. 

Pero para saber si las dos aventureras descubrirán mañana el secreto del bosque, ahora hay que dormir, para poder soñar y mañana contarles a todos, las aventuras que han de pasar.

Ilustraciones: Mark Rothko
Texto: María Peña Lombao

Si queréis continuar leyendo aventuras de Sofía y Dama os dejamos los enlaces de algunas publicadas. 



 
 


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