Durante toda su niñez y los primeros años de juventud la vida de Belerofonte transcurrió plácidamente en la corte de su padre terrenal, el rey Glauco. Allí fue inmensamente feliz viviendo como un joven príncipe, sin grandes quebraderos de cabeza y con la única obligación de disfrutar de la vida. Pero un día la cosa cambió, de manera accidental e involuntaria, Belerofonte se vio involucrado en un hecho terrible: un asesinato, y a consecuencia de ello tuvo que abandonar su ciudad. Acabó en Tirinto donde su rey, de nombre Preto, le acogió como huésped, le purificó de sus actos y le dio la oportunidad de vivir una nueva vida. Estamos ante la primera gran desgracia de su vida pero cono veis Belerofonte logró salir de ella con éxito.
Belerofonte de Angelica Edwars
Belerofonte supo disfrutar de la nueva oportunidad que se le había brindado. Y así hubiese seguido mucho tiempo si la buena de la reina se hubiese comportado como debía y no se hubiese fijado en él. Sí, sí lo que escucháis. Antea, la mujer del rey de Tirinto, ése que lo había acogido y purificado, puso sus ojos en él. Y no sólo eso, sino que se enamoró perdidamente y le pidió una cita. Por supuesto, Belerofonte, en deuda como estaba con Preto y no queriendo problemas de ningún tipo, rechazó a Antea pero ésta despechada decidió vengarse y mintió a su marido diciéndole que el joven Belerofonte había querido seducirla.
Antea y Belerofonte de William Turner
Preto entrega la tablilla a Belerofonte.
Fuente:
Tras un viaje complicado, lleno de peligros Belerofonte llegó sano y salvo a la corte del rey Yóbates. Éste le dio la bienvenida y recibió la carta que le envíaba a Preto, pero curiosamente se olvidó de abrirla durante nueve días, tiempo que le sirvió para conocer al amable invitado lo suficiente como para sentirse incapaz de matarlo directamente.
Tenía que idear algo que no le implicase directamente pero que acabase con la vida de quien había ofendido a su hija. Y tras pensar, pensar y pensar tuvo una idea brillante: Belerofonte debía enfrentarse al más temido de los monstruos, ése que desde hacía tiempo atemorizaba a todo su pueblo. Que mayor castigo podía haber que enfrentar a Belerofonte a la Quimera, el monstruo de tres cabezas. Así que le dijo:
Os podéis figurar que ante semejantes palabras, venidas ni más ni menos que de todo un rey, Belerofonte acepta el reto.
Y allí que se fue el pobre Belerofonte en busca de la Quimera. Yóbates se quedó la mar de tranquilo y encantado con su astucia porque sin hacer él nada el final de Belerofonte esta muy cercano. Jamás lograría acabar con la Quimera, y menos solo. Yóbates estaba seguro que la Quimera acabaría con Belerofonte, igual que había acabado con cuantos se habían osado tan siquiera a acercarse a ella. Con lo que no contaba el rey, es que Belerofonte no iba a estar solo, los dioses nuevamente le iban a ofrecer asistencia y colaboración, en esta ocasión ofreciéndole la inestimable ayuda de un viejo conocido nuestro que había nacido del chorro de sangre que brotó cuando Perseo cortó la cabeza a Medusa (aquí). ¿Os acordáis? Exacto,
Pues bien Belorofonte se montó en el maravilloso Pegaso blanco, se elevó por los aires y se precipitó sobre la Quimera a la que mató de un solo golpe.
Cuando Yóbates conoció la noticia no podía creérselo y decidió someterle a nuevas pruebas: lo mandó luchar contra los sólimos, el pueblo vecino extremadamente violento, guerrero y feroz con el que, por supuesto, Belerofonte también pudo. Después de éstos, Yócates, decidió enviarlo contra las Amazonas y no hace falta que os cuente cómo acabó la lucha.
Yócates rendido ante todo lo que había visto reconoció el origen divino de Belerofonte, no había otra explicación posible, y para que entendiese todas las pruebas a las que le había sometido le enseñó la carta de Preto. Por supuesto le invitó a quedarse a su lado, en su reino, además de ofrecerle en matrimonio a su hija Filónoe con la que tuvo tres hijos.
Bonito final para la historia ¿verdad? Pues siento mucho deciros... que no acaba así.
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Belerofonte, no sé si sabes que tengo a mi pueblo aterrorizado.
Desde hace un tiempo un monstruo terrible con tres cabezas,
una de león, otra de macho cabrío,
y la última de dragón,
está devastando el país, robando los rebaños.....
Nadie puede con él, pues es veloz como el rayo
y capaz de escupir fuego por cada una de sus cabezas.
Muchos hombres han tratado de vencerlo,
pero nadie lo ha conseguido.
Pero en cuanto te vi supe que tú eras el elegido.
Necesitábamos a alguien con tu fortaleza,
con tu aplomo, con tu valentía.
Necesitábamos que tú vinieses
para podernos librar de ella.
Os podéis figurar que ante semejantes palabras, venidas ni más ni menos que de todo un rey, Belerofonte acepta el reto.
Y allí que se fue el pobre Belerofonte en busca de la Quimera. Yóbates se quedó la mar de tranquilo y encantado con su astucia porque sin hacer él nada el final de Belerofonte esta muy cercano. Jamás lograría acabar con la Quimera, y menos solo. Yóbates estaba seguro que la Quimera acabaría con Belerofonte, igual que había acabado con cuantos se habían osado tan siquiera a acercarse a ella. Con lo que no contaba el rey, es que Belerofonte no iba a estar solo, los dioses nuevamente le iban a ofrecer asistencia y colaboración, en esta ocasión ofreciéndole la inestimable ayuda de un viejo conocido nuestro que había nacido del chorro de sangre que brotó cuando Perseo cortó la cabeza a Medusa (aquí). ¿Os acordáis? Exacto,
Belorofonte iba a tener la suerte de contar
a su lado con Pegaso el caballo alado,
el caballo de Zeus, el dios soberano, el amo del Cielo y la Tierra.
Pues bien Belorofonte se montó en el maravilloso Pegaso blanco, se elevó por los aires y se precipitó sobre la Quimera a la que mató de un solo golpe.
Cuando Yóbates conoció la noticia no podía creérselo y decidió someterle a nuevas pruebas: lo mandó luchar contra los sólimos, el pueblo vecino extremadamente violento, guerrero y feroz con el que, por supuesto, Belerofonte también pudo. Después de éstos, Yócates, decidió enviarlo contra las Amazonas y no hace falta que os cuente cómo acabó la lucha.
Yócates no era capaz de entender cómo ese chico podía contra seres tan temibles así que decidió reunir a un grupo de lidios para que le preparasen una emboscada. Sin embargo Belerofonte mató a todos.
Yócates rendido ante todo lo que había visto reconoció el origen divino de Belerofonte, no había otra explicación posible, y para que entendiese todas las pruebas a las que le había sometido le enseñó la carta de Preto. Por supuesto le invitó a quedarse a su lado, en su reino, además de ofrecerle en matrimonio a su hija Filónoe con la que tuvo tres hijos.
Te concedo la mano de mi hija
y las mejores tierras del reino para que los dos
viváis inmensamente felices
Bonito final para la historia ¿verdad? Pues siento mucho deciros... que no acaba así.
La fama de Belerofonte fue creciendo. Todo el mundo admiraba las proezas que había conseguido y allí por donde iba despertaba fascinación y asombro. Realmente no era para menos había podido con la Quimera, había vencido a las Amazonas, había sometido a los Sólimos el pueblo más violento y feroz de cuantos conocían... El problema comenzó el día en que se lo empezó a creer y lo que en un principio era orgullo se fue tornando en vanidad.
Sus aduladores comenzaron a compararle con los dioses y él, pobre desgraciado, comenzó a creérselo y a pensar que, tal vez debía hacerles una visita. Así que una mañana decidió coger su caballo alado y subir hasta el monte Olimpo para visitar la mansión de Zeus.
Cuando Zeus le vio y se dio cuenta de la osadía del joven, no podía creérselo, pero sabía que debía escarmentar al joven, por muy hijo de Poseidón que fuese. Enfadadísimo decidió enviarle un insecto para que picará a Pegaso detrás de su cola. El picotazo hizo que el caballo se encabritará y tirase a Belerofonte al vacío.
Os podéis figurar que el porrazo fue monumental. No hubo parte de su cuerpo que no estuviese magullada, aunque fueron mucho peores las heridas posteriores, pues a partir de ese momento Belerofonte vagó solo y sin rumbo por la Tierra. Nadie quería acercarse a un hombre que había provocado la ira de Zeus.
Él que lo había conseguido prácticamente todo en este mundo, él que siempre había tenido a los dioses de cara y había salido airoso de todas las dificultades que se le habían presentado en la vida por orgullo, por soberbia, por creerse quien no era lo había perdido todo.
Él que lo había conseguido prácticamente todo en este mundo, él que siempre había tenido a los dioses de cara y había salido airoso de todas las dificultades que se le habían presentado en la vida por orgullo, por soberbia, por creerse quien no era lo había perdido todo.
Uno nunca debe creerse más de lo que es.
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