viernes, 22 de noviembre de 2013

Sofía y Flequillo, de María Peña Lombao



Sentado en la orilla del río donde daba el sol, en la parte más rocosa del bosque, ahí estaba el enorme zorro amarillo de bigotes verdes. Dama caminó alegre al lado de Sofía para intentar acercarse a hablar con el zorro que estaba leyendo un libro muy grande. A medio camino, Sofía se acordó que podía caminar por el aire. Dama se le subió a la cabeza y se plantaron ante el gran jefe de los pequeños zorros de lunares verdes y bigotes amarillos. Su cuerpo estaba escondido detrás de un libro grande y la nariz estaba escondida detrás de sus gafas plateadas. El zorro leía tranquilo y pasaba las páginas con su rabo suave como el algodón.
 
-       No me miréis con tanta curiosidad –les dijo el zorro dejando el libro a un lado- Tengo gafas porque veo mal de cerca, y con estos cristales veo mucho mejor. Ya no soy un jovenzuelo y el oculista me dijo que tenía que usar gafas para ver de cerca: para ver la tele, leer, cortarme las pezuñas, etc.
-    No estaba pensando en las gafas, zorro amarillo. Estaba pensando en el misterio de las sandalias amarillas. Mis sandalias son del color de tu pelo, mira. Además -le dijo Sofía descalzándose- las gafas te dan un aire de muy inteligente y de muy listo. 
El zorro se puso colorado y Sofía se acercó más para enseñarle las sandalias. El zorro acarició con su pata la cabeza de Sofía y Sofía le sonrió.
-        ¿Sabes, zorro? Mis sandalias amarillas son misterio. Hm!
-        ¿Y que es misterio pequeña?
-        No se puede explicar con las palabras, zorro amarillo ¿Y cómo te llamas?
-       No sé, no tengo nombre. Soy el más viejo de los zorros, mira –y el zorro señaló sus bigotes verdes- Mis bigotes ya son verdes. Cuando era joven tenía el pelo muy corto, con lunares verdes y tenía los bigotes amarillos, como el resto de la manada. Ahora mis bigotes son muy verdes porque soy viejo y sabio, y cepillo mi melena todas las mañanas. Los pequeños zorros me respetan porque les cuido y les enseño las reglas del bosque.
Sofía se calzó las sandalias y le dijo:
- Sígueme y te enseñaré misterio.
El zorro se puso las gafas de diadema y caminó detrás de Sofía y Dama por un sendero lleno de piedras que bordeaban el río. Fueron paseando y charlando de las cosas del bosque, de los habitantes secretos que hacían fiestas, y de lo bonitos que se ponían los fresnos en verano. 


Llegaron a un sitio lleno de tiendas de campaña que eran de paja, como sombreros de paja gigantes. El zorro nunca había estado allí, se quedó muy sorprendido y Dama le abrió la puerta de una de las chozas: era la peluquería del bosque y el zorro nunca había ido a una peluquería.
Sentaron al zorro de melena amarilla y bigotes largos y verdes en una piedra templada. Dama también quería cortarse el pelo y Sofía le pidió a los pequeños y veloces pájaros de color rosa, un asiento para Dama. A Dama le encantaba ir a la peluquería. Así que el zorro y Dama dejaron que les lavasen y les cortasen el pelo aquellos gorriones rosas y brillantes. Sofía supervisaba el corte de pelo del sabio zorro con gafas. Al poco tiempo, los pájaros terminaron con las tijeras y se fueron a posar a una de las ramas que decoraban su moderno local de paja, árboles frutales y piedras cuadradas que cambiaban de temperatura. 
Cuando Dama ya estaba lista y correteaba presumida con mucho estilo por la cabaña, Sofía le dijo al zorro que podía levantarse y le quitó el babero trenzado con hojas de roble. Sofía les dio un puñado de frambuesas a los peluqueros. Los tres se despidieron muy contentos mientras los gorriones barrían la peluquería moviendo muy rápido sus alas cerca del suelo.
Se fueron a mirar al río. Dama ya sabía que estaba muy guapa, pero el zorro amarillo de bigotes verdes, se quedó sorprendido de lo guapo que estaba de repente, y le preguntó a Sofía qué era esa franja de pelo que tenía encima de la frente. Sofía le dijo:
- Es un flequillo, como el mío. Ayer tu me diste magia para mis sandalias amarillas, para poder caminar por el aire y llegar a todos los sitios del bosque donde no se puede ir caminando. Así que hoy, yo te invito a un flequillo. Así que te doy también un nombre: ahora te llamas Flequillo.
El zorro se vio con el pelo corto, como cuando era joven, y con el flequillo le quedaban mucho mejor las gafas plateadas de cristales redondos. Parecía más joven, y esto le parecía rarísimo, porque era igual de sabio que antes. ¡Tenía lo mejor de ser joven, y lo mejor de ser viejo!
-    Flequillo… ¡Tengo un nombre! ¡Me llamo Flequillo porque tengo un flequillo! ¿Por qué se llama flequillo el flequillo, Sofía?
-     ¿Te acuerdas de las alfombras que tenían a la entrada de la peluquería los gorriones rosas? Tenían como pelos grandes a los lados. Esos pelos largos se llaman flecos, y cuando son más pequeños, se llaman flequillos. Y como esto que los dos tenemos en la frente se parece mucho, le llaman flequillo.
-        Ay que ver, Sofía, ¿todo esto es misterio?
-       Cada uno tiene su misterio particular, Flequillo: para mí es misterio poder caminar en el aire, para tí es misterio ir a la peluquería. Las cosas de mi mundo son misterio para tí, y las de tu mundo, son misterio para mí. Así se hacen los amigos, Flequillo.
Los dos amigos caminaron el uno al lado del otro, deshaciendo el camino andado para que el zorro memorizase la ruta hasta la peluquería. La presumida de Dama iba detrás, mirándose en el río todo el tiempo, muy derecha y sonriendo a los peces. Se despidieron de Flequillo con un hasta mañana, y Dama se subió en la cabeza de Sofía para volver a casa. 
Se despertaron al mismo tiempo, cada una en su cama y con su manta por encima de la nariz. Sofía miró a Dama y le dijo: 
- Ves Dama, por eso todos los días hay que dormir, para poder soñar y luego contarles a todos, las aventuras que han de pasar.

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