miércoles, 6 de noviembre de 2013

Max y Moritz. 3º travesura


TERCERA TRAVESURA

Todo el pueblo conocía
a un sastre, que allí vivía.
Manuel Cabré se llamaba
y trajes confeccionaba,
abrigos y pantalones,
zamarras, fracs y calzones.
Y cualquier roto que hubiera,
en codo, espalda o pernera,
Cabré, con todo su amor,
lo arreglaba, ¡sí señor!
Si algo había que repararse,
no había que preocuparse,
pues el sastre hasta un botón
pegaba con ilusión.

Y de un pueblo agradecido
satra Cabré era querido.
¿De todos? No, que áun había
quien su vida triste hacía:
Max y Moritz, ¡qué desastre!,
hacía sufrir al sastre.

Muy cerquita de su casa
un pequeño río pasa.
 Para cruzarlo deprisa
hay allí una tabla lisa,
que suele servir de puente
para el sastre y su cliente.
Max con Moritz algo trama,
pues ya su cara me escama.
Y, con la intención más perra,
trabajan ya con la sierra
haciendo un corte en el puente
sin que los vea la gente.
Luego empieza a gritar:
-Vente aquí, satre Cabré,
déjate ya de "cosé",
que de tu hilo y aguja
te pareces a una bruja.
Y ya nunca se te ve,
¡Manuel Cabré, me, me, me!

El buen sastre manso era
y nada le desespera,
mas aquello es demasiado
y hasta él mismo está enojado.
Con su vara de medir
les sale ya a sacudir.
Ni aun así callan los chicos:
-¡Me, me, me! -siguen sus picos.
Ya está el sastre sobre el puente,
cuando un crujido se siente.
Y en aquel momento justo,
¡ay, Dios, qué terrible susto!
la tabla en dos se partió
y el sastre al río cayó.
Max dijo entonces: "¡Olé, 
al agua, Manuel Cabré!"
Dos ocas había en el río
cuando sucedió este lío.
El sastre agarró sus patas,
para ellas fue una lata,
y se alzaron en un vuelo
tirándole luego al suelo
 El golpe y la mojadura
le dejan gran amargura.
 Y se apoya con fatiga
y con dolor de barriga.
Gracias a Dios es su esposa,
una mujer hacendosa,
que, con la plancha en el vientre,
le pone sano y caliente.

El pueblo, que se ha enterado,
respira al verle curado.

***

Y, tras esa travesura,


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