sábado, 29 de marzo de 2014

Azul Azulino, de María Peña Lombao


Camiones y más camiones de moras subían por el árbol donde vivía Azulino. Debajo, entre zarzas, las cabras salvajes recolectaban el fruto, los topos se encargaban de llenar los camiones y las ardillas subían la mercancía a toda prisa. Se trataba de que Azulino comiese el máximo número de moras por minuto, para poder estar bien gordo cuando llegasen los eucaliptos. Cuanto más comía Azulino, más plumas le crecían. Llegado el momento, tendría que esfumarse de un golpe, como siempre, en un gran ¡Pluf! que cubriese el bosque de Eume de millones de plumas azules.


Era muy temprano, el sol casi no alumbraba y Sofía y Dama ya estaban en la cabaña del viejo Eume preparando litros y más litros de pócima secreta que tiñe a la gente de azul. Para conseguir la receta, Sofía habló con las plantas de tallos rojos, finos y largos y también con la nube azul. 

 
La nube llovió más fuerte que nunca y los zorritos que Flequillo dirigía, se encargaban de recoger el agua en la gran olla gigante. Con la cuerda de la niña de los ojos del bosque, colgaron la olla del techo de la cabaña y con el mechero que Sofía llevaba siempre encima, encendieron el fuego a la primera. Los pájaros del bosque lo mantenían siempre encendido. Mientras Dama removía la sopa mágica, Sofía calculaba los ingredientes: agua de la nube, esencia de abedul blanca como la leche y almendras tostadas en azúcar. 


Durante toda la noche, mientras Sofía y Dama dormían, los jabalíes y los ciervos se encargaron de limpiar los caminos que llevan al río y de ordenar un poco los enormes prados que rodean al bosque. La fauna del verde paraíso atlántico se había pasado las últimas diez horas trabajando. Antes del mediodía, sólo quedaban por teñirse de azul las plantas y los árboles que vivían en las montañas que rodeaban la parte más estrecha del río, donde vivían los árboles abuelos. Las pisadas de los eucaliptos se oían cerca muy cerca y Sofía le dijo a la nube azul que se fuese corriendo a regar aquella zona. Así que se fue la nube corriendo y Sofía gastó las últimas cucharadas de esencia de azul de Eume en los animales que quedaban por teñir.

 
El río estaba cada vez más azul, pues como nace en la cabaña, Sofía le dio de  beber al río una gran cantidad de pócima. Azulino estaba gordo como una bola y los animales que le habían alimentado durante toda una noche y toda una mañana, corrieron a bañarse de azul al río. Las liebres les habían acercado al árbol unos buenos vasos de pócima, así que no tardaron mucho en ponerse azules como el espíritu del bosque: Azulino. 


Ya todos los habitantes eran azules, incluidos los insectos, los pájaros, las hojas caídas y las grandes piedras vecinas de la Roca de Julio. Allí se reunieron de nuevo todos los animales y esperaron la llegada de Sofía. No faltaba nadie, sólo Flequillo, Sofía, Dama y Lubina, que vigilaba en el mar. Un gran aullido hizo temblar el bosque. Sofía volvió a lomos de Flequillo corriendo más rápido que nunca, seguida por una enorme cola de saltamontes que aún bajaban de la montaña. Mientras saltaban esquivando matorrales y zarzas, Sofía rodeó su boca con las manos, apretó los ojos y al galope, con la ayuda del eco gritó:

- ¡Azulino! ¡Ahora!

Los salmones subían a toda velocidad río arriba. Detrás venía Lubina, nadando deprisa delante del bus del río, la barca de lana cargada de pulpos, mejillones y sardinillas que también eran azules como el atlántico. Azulino ¡Pluf!, un enorme ¡Pluf! 

Llovieron plumas, las plumas más azules y más suaves que jamás había visto Flequillo. Azulino explotó en silencio millones de pequeñas plumas que taparon todas las copas de los árboles, los caminos y las piedras. Hasta la hierba más pequeña, desde el cielo, era azul Azulino. 

-       ¡Al río!



Y con esas palabras de la pequeña Sofía, una estampida de animales se fueron colocando en fila a los largo de las dos orillas del río Eume. Los animales de una orilla miraban en silencio a los animales de la otra orilla, deseando que el plan de la niña de los ojos del Eume funcionase. Con sus sandalias amarillas teñidas de azul, con su perra hecha una bola azul y con su pluma azul prendida en la diadema, Sofía vio de lejos las copas de cientos de árboles altísimos. Eran lo único verde que asomaba en aquel paisaje, se veía con claridad que estaban a punto de entrar en la ría. 

- ¡Al suelo!

            Los animales se agacharon y los árboles se quedaron quietos como el hielo. Y si quieres saber la que se va a armar, ahora tienes que dormir, para poder soñar y mañana contarles a todos,  las aventuras que han de pasar.

 


Texto: María Peña Lombao
Ilustraciones: René Magritte 

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