sábado, 25 de enero de 2014

La nube que no duerme, de María Peña Lombao



Por la mañana muy temprano Sofía preparó a Dama para la aventura: le puso un sombrero de paja y le colgó una pequeña cantimplora del collar. Ella se enroscó la cuerda de saltar a la comba al hombro y guardó en el bolsillo del pantalón el pequeño mechero que había en la cocina. Escribió una nota a su abuelo de que volverían tarde porque tenían muchos recados que hacer en el bosque.

Todavía no había salido el sol, los pájaros empezaban a cantar y como hacía un poco de frío a esas horas, Sofía se cogió una chaqueta de algodón amarillo. Empezarían por buscar la casa de Eume.


Las dos amigas llegaron al río removiendo palos y piedras y ramas de árboles caídas. Buscaban pistas detrás de los matorrales, en las zarzas y entre los helechos que crecían en las pozas de agua verde.

-        ¿Qué buscas Sofía? ¿Se te perdió algo?
-        ¡Flequillo! Estamos buscando la casa de Eume, ¿sabes dónde está?
-        Si te refieres a Eume, la casa del viejo Eume que al crear este río le dio cobijo a toda mi familia desde tiempos remotos, te diré Sofía: está en la otra orilla del río, bosque arriba. Sabrás donde es porque allí siempre llueve. Aunque el verano sea muy caluroso, una nube azul está siempre encima de su casa.


-        ¿Y por qué?
-       Cuenta la leyenda que una gran nube azul se quedó quieta encima de su casa y todos los habitantes del bosque supieron que el anciano Eume se había convertido en río y ya no viviría nunca más en aquella casa. De la nube cae lluvia azul todos los días del año.

Sofía y Dama dieron saltos de alegría y antes de ponerse en marcha, le dieron un sorbo de agua a la cantimplora y abrazaron a Flequillo muy fuerte. Flequillo les dio un puñado de hierbas para mascar en el camino: diente de león, llantén y menta recién cortada con sus propias patas. 

-        No están mal, Dama, estos deben de ser los chicles del bosque.
-        ¡Guau!


Y saltaron a la otra orilla del río atando la cuerda a un árbol como si fuera una liana y mascando las hojas caminaron muy derechas mirando el cielo despejado. Sofía le estaba explicando a Dama que sólo utilizarían las sandalias amarillas para volar a la vuelta, porque les quedaba poca batería y las necesitarían para volver a cenar con el abuelo. Y así andando por un estrecho camino de helechos altísimos llegaron a un prado azul. Al otro lado del campo había un sendero también azul, así que lo atravesaron y siguieron el camino. Y hablando y hablando de las sandalias amarillas y los chicles del bosque, en pocos pasos se dieron cuenta de que estaban mojándose de azul. Y el azul era caliente como el agua de la ducha. Miraron al cielo y vieron una nube brillante como un espejo y corrieron por el sendero hasta llegar a unas piedras que tenían tejado de madera. 

- ¡Dama! ¡Es la nube que no duerme!

Y en la nube que no duerme estaba la casa de Eume. Era pequeña y sólo tenía tres paredes, parecía una parada de bus. Se resguardaron de la lluvia y vieron que alrededor de aquella casa crecían verduras; verduras que Sofía nunca había visto antes porque todas eran rojas y casi tan altas como su abuelo. 

-        ¡Dama! ¡Estamos dentro de la casa de Eume!


 
Dama estaba bien entretenida sacudiéndose en agua azul y husmeando entre los cacharros de comida que había por ahí, cuando Sofía decidió hacer un poco de fuego para secar la chaqueta y las sandalias amarillas. Removió entre las piedras y encontró trozos de madera con musgo azul suave y brillante y las colocó en forma de tienda de campaña india. Había visto a su abuelo hacer fuego en la cocina de leña, así que a la montaña de astillas le sumó palos más gruesos y luego unos buenos troncos: los troncos sobre los que Dama, como siempre, se había quedado dormida. Con el mechero encendió unas ramitas secas y en menos de un minuto, la hoguera estaba encendida. Sofía colgó la chaqueta del techo de madera mientras Dama se secaba las almohadillas de las patas de delante. 

 Un poco más tarde, mientras mascaban las hojas sentadas al lado del fuego, miraban cómo llovía. La lluvia era muy muy muy fina y larga: en vez de caer gotas caían hilos de agua azul. Sofía se puso la chaquetilla y al ir a apagar el fuego se dio cuenta de que la parte de debajo de las llamas era azul.

-        ¡Mira Dama el fuego es azul! ¡Es una señal Dama! ¡Estamos cerca del mapa!


Y resulta que había eco en la cabaña y las palabras de Sofía se oyeron en el valle; y lejos del valle, en las montañas; y lejos de las montañas, en el río; y lejos del río, en casa del abuelo: y el abuelo empezó a preparar la cena para su nieta. Estaban cerca del mapa, pero era hora de volver a casa. Apagaron el fuego con algunas ramas rojas de la huerta de Eume y se subieron a las sandalias amarillas. 

El primer día de búsqueda fue todo un éxito y Dama asentía con la cabeza sobrevolando el bosque de Eume enredada en los pelos de Sofía. Llegaron igual de limpias que al salir de casa por la mañana y le dieron un beso al abuelo y cenaron en pijama un bizcocho de verduras rojas.

-        ¿Qué verduras son estas que no son verdes abuelo?

- Si quieres saber por qué estas verduras son de otro color, ahora has de dormir Sofía, para poder soñar y mañana contarles a todos, las aventuras que han de pasar.

Texto: María Peña Lombao
Ilustraciones: Wassily Kandinsky 

Si queréis seguir leyendo historias de Sofía y Dama os dejamos el enlace de todas las publicadas.





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