A la mañana siguiente Ulises se acercó a su Palacio acompañado de Eumeo. En la entrada echado sobre un montón de estiércol, lleno de pulgas y abandonado, se encuentra un viejo perro. Es Argos, el perro que Ulises había dejado siendo un cachorro y que ahora veinte años después le reconoce pese a ir vestido como un mendigo.
Ulises observa a Argos. Éste mueve la cola y desea acercarse hasta Ulises, pero sus muchos años se lo impiden. Lanzando una última mirada a su amo, Argos cierra los ojos. Ulises con gran tristeza se despide de él.
Abandonado en el estiércol. Así es como han tratado a mí fiel Argos. Esto debe ser vengado.
Ulises y Eumeo entran en Palacio. Allí en la gran sala de los banquetes más de un centenar de jóvenes están atiborrándose de manjares y Ulises, como si toda su vida se hubiese dedicado a ello, les acerca la mano pidiéndoles lismona. Todos se apiadan de él. Todos excepto Antinoo, el principal pretendiente, que enfurecido se vuelve a Eumeo y le dice:
Pero, cómo se te ocurre traer a semejante escoria a Palacio.
No ves que nos va a llenar de pulgas además de comerse nuestros manjares.
Ulises mira fijamente a Antinoo y le responde:
Cómo puedes ser tan ávaro, si tú eres el primero que estás tomando lo que no es tuyo.
Antinoo no puede creer lo que está escuchando. Un mendigo harapiento es capaz de meterse con él. Es capa de insultarlo. Esto no puede quedarse así.
Antinoo se levanta, coge uno de los taburetes y se lo lanza a Ulises dándole con toda la fuerza en el hombro.Ulises no replica. Haciendo alarde de sus nervios de acero decide no enfrentarse. A él, al vencedor de la Guerra de Troya, el héroe que ha podido con todos los peligros que se han puesto en su camino, le sería muy fácil derrotar a Antinoo, pero sabe que no es el momento. Aún no ha llegado la hora vengarse por lo que decide tragarse el orgullo, la ira y seguir como si nada.
Pero no fue ésta la única persona que trato con desprecio al héroe. Melanto, una sirvienta engreída y desleal decide que ha llegado la hora de echar al mendigo:
Viejo harapiento, me puedes decir qué haces todavía aquí. Sal inmediatamente de la casa si no quieres que te echemos a golpes.
No había acabado de decir la malvada sirvienta estas palabras cuando en el salón apareció una mujer de gran belleza y prestancia. Ulises no podía creer lo que veía. Veinte años había soñado con ese momento. Era ella, Penélope, su amada esposa, por la que los años no habían pasado. Su compañera, su amiga, su amante... La mujer con la que cada noche había soñado y que ahora, haciendo alarde de su dignidad, se acercó a Melanto diciéndole:
Cómo se te ocurre dirigirte así a un huésped mío. Por favor que alguien traiga una silla y la coloque junto a la mía.
Penélope con toda su amabilidad intenta reparar la escasa hospitalidad que hasta ese momento habían tenido para con Ulises y señalándole con la mano la silla le invita a sentarse junto a ella.
Siento muchísimo el trato que te han dado pero desde que mi amado Ulises partió el Palacio ha sido tomado por estos jóvenes pretendientes que me presionan para que me case con ellos y así poder quedarse con todo, pero no os creáis...
Penélope le cuenta a Ulises cómo hasta ese momento había logrado postergar la decisión, pues les había dicho que solamente se casaría el día que hubiese tejido la tela con la que enterrarían a su suegro. Los pretendientes habían aceptado el trato y así que ella desde hacía tres años dedicaba todos sus días a tejer y todas las noches a descoser lo tejido. Pero el engaño ya no iba a ser posible pues una sirviente le había traicionado...
Ulises conmovido con todo lo que escuchaba no pudo evitar consolar a Penélope.
Reina, le prometo que su marido está inmensamente orgulloso de usted y está mucho más cerca de lo que usted cree.
De repente, algo sorprende enormemente a esa vieja doncella que hace muchos años había sido nodriza de Ulises.
El huésped posee una cicatriz justo encima de la rodilla que ella conoce perfectamente. Solamente hay una persona en el mundo que tenga una semejante y esta persona es...
Ulises
Euriclea mira a Penélope y se dispone a revelar su secreto... cuando Ulises poniéndole un dedo en los labios le dice:
Si quieres que algún día las cosas vuelvan a ser lo que fueron debes guardar el secreto sino mi vida correrá peligro.
A lo que ella le contesta:
Estese muy tranquilo. No dude que su secreto está a salvo conmigo.
Y como si nada hubiese visto prosiguió lavando sus pies...
Continuará...
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