No es una sorpresa para Ulises. Calipso ya se lo anunció al abandonar su isla:
Tu sufrimiento aún no ha terminado. Si supieses todas las calamidades que todavía te tocarán vivir te quedarías conmigo.
Poseidón desencadenó una terrible tormenta que zarandeaban la balsa de Ulises como si de una cáscara de nuez se tratase. El mástil, la vela... todo acaba quebrándose para finalmente ser arrojado lejos de la balsa. Ulises lucha desesperadamente con las olas. Los vientos lo empujan, parecen jugar con él pasándoselo de uno a otro como se hace con una pelota. La situación es absolutamente desesperada pero nuevamente un dios, en este caso una diosa vuelve apiadarse de él. Es Ino, la diosa marina que acude en su ayuda.
Infeliz si continúas así jamás sobrevivirás. Haz lo que yo te diga y podrás volver a tu casa. Quítate tus pesados ropajes, abandona definitivamente tu balsa y ve nadando hasta la isla de los feacios. Pero antes de nada debes atarte este velo divino que te entrego. Él te protegerá de todos los males que Poseidón te envíe.
Lo único que te pido es que cuando llegues a tierra firme lances el velo al mar sin tan siquiera mirarlo.
Dichas estas palabrsa la diosa Ino desapareció dejando a Ulises lleno de dudas:
¿Cómo iba él a abandonar la balsa, el único medio que poseía para lograr llegar a tierra firme?
Las dudas le desaparecieron rápido. Poseidón le envió una ola de tal tamaño que destrozó la embarcación. En ese momento solo había un camino. Ulises, tras agarrarse a una rama, se desvistió y se cubrió con el manto tal y como le había indicado la diosa Ino.
Tras dos días nadando día y noche por fin divisa tierra firme. El camino para llegar a ella tampoco le va a resultar fácil. Nuevamente una terrible marea arrastra a Ulises y lo golpea contras las rocas. Tras mucho esfuerzo y con el cuerpo destrozado de tanto golpe, Ulises renuncia a llegar a tierra por esa vía. Se aleja de la costa y tras nadar durante horas logra divisar un paraje algo más tranquilo donde un río desembocaba en el mar.
Lo ha conseguido, sus pies por fin tocan tierra firme.
Extenuado y tras tirar el velo al mar, Ulises se duerme bajo la sombra de un árbol.
A la mañana siguiente unos alegres gritos le despertaron. Ulises se cubrió con las hojas que encontró y caminó unos pasos buscando la fuente de la que procedían dichos gritos. Pronto descubrió a un grupo de bellas jóvenes jugando entre ellas.
Al verlo el pudor hizo que todas corrieran a esconderse. Todas menos una, la más bella...
Al verlo el pudor hizo que todas corrieran a esconderse. Todas menos una, la más bella...
Es Nausica, la princesa del lugar.
La joven, inmóvil, serena mira a Ulises invitándole a dirigirse a ella. Y por supuesto, nuestro héroe no desaprovecha la ocasión.
Oh, joven de belleza sin igual te suplico que me escuches. Llevo luchando con el mar mucho tiempo y él es quien me ha arrojado a esta playa desnudo. Por favor ten piedad de este extranjero. Te suplico me des un manto con el que cubrirme y me indiques el camino a la ciudad.
Lo único que deseo es volver a mi tierra.
A lo que ella respondió:
Por supuesto extranjero. No te faltará nada de lo que pides pues así lo exigen las normas de la hospitalidad. Pero antes debes saber que llegaste a la isla de los feacios, una isla gobernada por mi padre, el rey Alcinoo.
Báñate, vístete con lo que mis doncellas te ofrezcan y te conduciremos a Palacio. Una vez allí será mi madre tu interlocutora. La encontrarás junto al fuego hilando.
Si quieres su ayuda para volver a tu tierra abraza sus rodillas.
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