Todos estaban entuasiasmados. Todos excepto Ulises que no podía dejar de recordar la advertencia de Tiresias sobre el ganado del Sol (aquí) por lo que ordenó a sus marineros continuar remando. Pero éstos estaban demasiado cansados y Eurícolo en nombre de todos alzó su voz para rebelarse:
¿Ulises no comprendes que estamos demasiados cansados? Debemos descansar, dormir, comer algo... de otra forma desfalleceremos.
Ulises sabía que las palabras de Eurícolo eran ciertas y pese al inmenso peligro que suponía cedió al clamor de sus compañeros no sin antes hacerles prometer lo siguiente:
Debéis jurarme que bajo ningún concepto tocaréis al ganado del Sol.
Con las indicaciones claras atracaron la nave, desembarcaron y tras cenar las provisiones que la maga Circe les había dado (aquí) se durmieron olvidando por un momento todas las penalidades por las que habían pasado.
Pero la tranquilidad les duró poco. En mitad de la noche Zeus les envió una tormenta tan fuerte que Ulises y los suyos no pueden regresar al barco y se deben refugiar en la isla dejando todas las provisiones en el barco. Ulises preocupado por lo predicho por Tiresias vuelve a advertirles.
Compañeros, os lo ruego: respetad el ganado que hay en la isla. No lo toquéis bajo ningún concepto.
No olvidéis nunca que su dueño es el sol, el ojo y el oído del universo. El que todo lo ve y todo lo oye.
Y mientras ellos pasan hambre, a lo lejos ven el ganado del Sol bien cebado pastando en el vecino campo.
Ulises comienza a estar muy preocupado y teme que si la cosa continúa de igual modo sus campañeros se rebelen.
Así que una mañana abandona el refugio y se adentra en la isla en busca de un santuario desde donde rezar a los dioses del Olimpo para que se apiaden de ellos y cese la tormentan. El problema comienza cuando hechas las plegarias el sueño se apodera de Ulises permaneciendo dormido durante horas.
Un tiempo que es aprovechado por Eurícolo quien se dirige a sus compañeros con las siguientes palabras:
Si permanecemos quietos moriremos de hambre y estoy seguro que esa no es la voluntad de los dioses. Tomemos unos novillos, sacrifiquemos la mitad en honor de los dioses y con la otra parte nos alimentaremos.
Y así lo hicieron. Cuando Ulises volvió donde ellos se encontró a todos alegres, bailando y comiendo el ganado.
Eurícolo, convertido en portavoz le dijo:
No te enfades Ulises. Estoy seguro que los dioses se apiadarán de nosotros. Además, sin el sacrificio de los novillos hubiesemos muerto todos.
No hay final más terrible que la muerte por hambre.
Ya no había nada que hacer. El destino estaba marcado y únicamente los dioses sabían realmente cuál iba a ser su voluntad. Así que todos, excepto Ulises que se negó a tocarlas, decidieron comer hasta hartarse los animales sacrificados durante seis días.
Al séptimo la tormenta cesó, las aguas volvieron a la calma y apareció el sol. Ulises y sus hombres se hicieron nuevamente a la mar, con grandes esperanzas de que el Sol, ante la extrema necesidad vivida, les hubiese perdonado el secrificio de algunas de sus reses.
Pero desde el mismo momento en que abandonaron tierra firme una nube negra, sombría cubrió su barco mientras el resto del mar seguía iluminado por el sol.
Enseguida una nueva tempestad cayó sobre ellos, en esta ocasión primero los remolinos, más tarde los rayos hicieron que el mástil y las velas quedarán destrozados. Todos los compañeros de Ulises cayeron al agua y en espacio de segundos sus cabezas fueron hundiéndose.
Solamente Ulises sobrevivió pero el viento le arrastró nuevamente hasta la terrible Caribdis. Agarrándose a una vieja higuera logró evitar ser tragado por ella y cuando ésta vomitó el mástil del barco, Ulises se aferró a él con fuerza.
Así, agarrado al mástil, navegando a la deriva estuvo Ulises nueve largos días. Por fin al décimo, en el límite de sus fuerzas, las olas lo arrastran a una nueva playa. Allí al amanecer Calipso, la engatusadora, lo encontró desfallecido...
Pero esta es otra historia que contaremos la próxima semana.
La profecía de Tiresias se había cumplido:
No dejés que tus hombres ni tan siquiera toquen las vacas del dios Sol porque si les hacen daño perderás tus naves y a todos tus compañeros.
Si así fuese, probablemente tú escapes del desastre y puedas volver a Ítaca pero te veo llegar solo...
A partir de ahora Ulises hará el viaje solo.
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