Era un día de mucho sol y calor en el monte y Sofía y Dama cogieron los sombreros de paja, las gafas de sol y un par de toallas para ir a la playa. Fueron solas, sobrevolando el bosque y bajando el río. Vieron a los marineros pescar, a la gente nadar en la playa y a las gaviotas merendar peces del mar. Avistaron una cala, una playa muy pequeña en la que no había nadie, y decidieron parar a darse un baño.
La playa estaba rodeada de rocas y en el medio, había una gran escalera tallada en una piedra tan alta como los árboles del bosque. Sofía y Dama dejaron las cosas en la arena, junto a la toalla y caminaron descalzas hasta el primer peldaño. Intentaron subir, pero la piedra quemaba. De repente bajó una manada de nécoras, que son unas tortugas rojas con patas que pueden caminar por terrenos calientes o fríos, porque sus pies están dentro de un caparazón que las protege. Desde lejos parecían hormigas pero a medida que se acercaron a la arena eran más grandes, como el pie de Sofía más o menos. Las nécoras pasaron de largo sin decir ni mú, corriendo hacia el mar y Sofía y Dama, que nunca habían visto ese tipo de tortugas, se miraron extrañadas y las siguieron hasta la orilla.
- ¡Ei! Tortugas coloradas, ¿adónde vais con tanta prisa?
- Vamos a comer, tenemos hambre y calor. - ¡Qué aproveche!
- ¡Ciao Sofía!
Dama empezó a ladrar hacia las tortugas y Sofía pudo ver cómo se llevaban sus sandalias amarillas. Alarmadas, les pidieron a gritos que volviesen a la arena con sus sandalias amarillas, pero las tortugas ya estaban nadando bien lejos de la orilla y desaparecieron bajo el agua, dejando las sandalias de Sofía flotando.
-¡Ay Dama! ¿Cómo las recuperaré? Dama empezó a dar vueltas sobre sí misma cavando un agujero en la arena mojada.
-¡Dama mira!
Algo brillaba en el mar, cerca de las sandalias. Dama paró de cavar; sólo la nariz sobresalía de la arena. Sofía la sacó del pozo y las dos acordaron que Dama llevaría a Sofía a lomos hasta descubrir qué era aquel destello que jugaba con sus sandalias amarillas. Dama nadaba con la cabeza alta como un caballo, y sus patitas se movían rápido como las patas de las tortugas coloradas.
Aquel destello de luz resultó ser una lubina con un collar de perlas que soltaba reflejos de luz en el agua.
- Me llamo Sofía y ella es Dama, ¿cómo te llamas pez?
- Me llamo Lubina
- Lubina, ¿qué es eso que tienes que brilla?
- Es un collar de perlas
- ¿Y para que sirve?
- Para bucear.
Sofía se dio cuenta de que Dama y Lubina sabían bucear, pero ella no. Dama seguía moviendo sus patitas mientras Lubina y Sofía aclaraban sus dudas:
- Sofía, ¿y estas sandalias para que sirven?
- Pues esas sandalias, Lubina, me las regaló mi abuelo y son mis preferidas. Sirven para ir lejos de casa y para volver a ella. Sirven para volar, ¿tú sabes volar?
- No
- ¿Y me lo dejas?
- ¿Qué quieres que te deje Sofía?
- El collar que sirve para bucear. Y entonces yo te dejo mis sandalias y te das una vuelta.
- Me da un poco de miedo… es que yo no soy piloto, Sofía, soy una Lubina de mar, pero… venga lo intentaré! ¡Total!, si me caigo en el agua… ¡nada me va a pasar!
Sofía y Lubina intercambiaron sus amuletos mágicos. Sofía buceó por debajo del mar guiada por Dama, que tiraba del collar de perlas que Sofía llevaba al cuello. Sofía nunca había visto tantos colores juntos; los peces, las algas, las piedras y las conchas la saludaban al pasar. Sofía les mandaba besos.
Dama buceaba tapándose la nariz con una pata, con la otra tirando de Sofía, y moviendo las dos de atrás como un torbellino. La luz cambió de repente y se dieron cuenta de que se estaba haciendo tarde. Subieron a la superficie y allí estaba esperando Lubina, que no paraba de hablar de lo bonita que era la tierra desde el aire. Lubina descubrió que había agua que bajaba de las montañas y Sofía y Dama se reían y se reían y se reían y le dijeron a su amiga Lubina que aquello se llamaba río.
Y se fueron hasta la orilla nadando, compartiendo las cosas que las dos habían visto por primera vez aquella tarde. Donde Sofía hacía pie, se puso las sandalias y le colocó el collar a Lubina. Se dieron un abrazo muy largo y prometieron verse pronto.
Sofía y Dama recogieron la toalla, se pusieron las gafas de sol de diadema y de vuelta a casa, mientras se secaban el pelo con el viento, hablaron de la cantidad de gente y de colores nuevos que había debajo del agua. Al cruzar el bosque vieron a Flequillo de lejos, se acercaron a saludarle desde el aire y Flequillo les dijo desde una roca muy alta:
- Hasta mañana amigas, buenas noches y a dormir, para poder soñar y luego contarles a todos, las aventuras que han de pasar.
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