Hércules, para obtener el perdón, se convirtió en su esclavo y debía llevar a cabo todos los trabajos que Euristeo le indicase. Hasta este momento os hemos contado los tres primeros, esos en los que nuestro héroe tiene que enfrentarse a tan temidos monstruos como el León de Nemea (aquí), la Hidra de Lerna (aquí) y la cierva de Cerinea (aquí). Hoy os contamos su cuarto trabajo.
Tras unos días reflexionando cuál debía ser el nuevo trabajo de Hércules, Euristeo por fin se decidió. Esta vez pediría a su primo algo todavía más complicado:
Debía cazar al jabalí de Erimanto y debía, ahí es nada, traerlo vivo a palacio.¿Y qué tenía de especial este jabalí para que Euristeo lo considerase una presa tan preciada?, os preguntaréis. Pues bien, se trataba de un jabalí gigante que tenía aterrorizada a toda la población que vivía cerca del monte Erimanto pues su fuerza era tal que con sus colmillos podía arrancar los árboles de raíz sin apenas inmutarse además de tener por comida preferida los rebaños y, por supuesto, los hombres. Todos los días el jabalí bajaba de su guarida en la montaña atacando, hiriendo y comiéndose cuanto se encontraba en su camino. Una presa complicada, como siempre, a la que se debía enfrentarse Hércules.
En cuanto supo su nuevo trabajo Hércules se puso en camino pero dado que el viaje era largo y en ruta se encontraba su amigo Folos, decidió aprovechar la ocasión para visitarlo. Folos era un centauro, una criatura mitad humano mitad caballo, que se alegró muchísimo de ver a Hércules y decidió agasajarlo como la ocasión se merecía. Le ofreció conversación, el mejor de los asados pero cuando Hércules le pidió una copa de vino su amigo se la negó, diciendo que el vino no era suyo si no de todos los centauros.
Heracles le recordó que precisamente ese vino había sido dejado en la cueva por Dionisios, cuatro generaciones antes, para esa ocasión y se sirvió una copa. Cuando el resto de centauros olieron el vino, enojados por no haber sido invitados, comenzaron a buscar la procedencia de tan estupendo aroma y sucedió lo que Folos había imaginado: De repente, un clamor resonó en la montaña y
Pelea de los centauros, Arnold Bocklin, (1873)
Folos aterrado y arrepintiéndose muy mucho de haber sacado el vino se escondió mientras Hércules inició una batalla, sirviéndose de las flechas que había envenenado con la sangre de la hidra de Lerna -os acordáis (aquí)-, de la que muy pocos centauros salieron con vida. Tras vencer a los centauros Hércules continuó su camino. Cinco días después por fin divisó la meseta de Erimanto pero allí no había ni rastro del jabalí. Hércules necesitaba idear un plan con el conseguir sacar a la temible bestia de su guarida y no se le ocurrió mejor idea que hacerlo, la primera vez, a gritos. Cómo sería el escándalo que armó que consiguió que el animal saliese de su cueva, pero lo que vio, francamente, le horrorizó. El rostro del jabalí con sus colmillos afilados No iba a ser fácil hacerse con esa presa y menos llevarlo vivo a Palacio. Además el invierno comenzaba a echarse encima y el mal tiempo parecía que todavía dificultaría más la cacería. Pero no fue así. Hércules, al igual que sucedió con la Cierva de Cerinea (aquí), sabía que en el cansancio podía estar su ventaja así que se dedicó a perseguir sin tregua al animal con la intención de conseguir que el agotamiento le venciera. El hombre y la bestia recorrieron valles, bosque y ríos hasta que por fin llegaron a una montaña cubierta de nieve en donde Hércules iba lograr acorralar a la presa. Le obligó a subir a lo más alto de la montaña, allí donde el frío se hacía insoportable y la nieve era tan espesa que las patas del animal se hundían de tal manera que le impedían prácticamente avanzar. El animal agotado y jadeante se desplomó en la nieve. Hércules por fin podía respirar tranquilo. De un salto Hércules se montó sobre su lomo y con una pesada cadena consiguió atarlo. Y así, con el temible jabalí furioso y retorciéndose sobre sus hombros, volvió Hércules a Micenas. Esta vez el bueno y cobarde de Euristeo tan siquiera le dejó entrar con el "obsequio" a palacio. Se había hecho construir una vasija enorme en pleno jardín en donde se ocultaría a partir de ahora cuando su primo volviese con sus presas. Eso sí, cuando el jabalí hubo desaparecido Euristeo salió de la vasija para dar cuenta de un nuevo trabajo. Pero eso lo contaremos el próximo jueves. Pinchando en cada una de las fotos accederás a las entregas anteriores. Si os ha gustado y os apetece seguir leyendo mitos contados para niños, pinchad en los siguientes enlaces. |
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