Hoy viernes queremos despedir la semana con un regalo, un precioso cuento de Navidad que Beatrix Potter escribió en 1903.
Estoy segura que pasaréis un rato estupendo leyendo esta bonita y mágica historia navideña y contemplando las siempre geniales ilustraciones del que era el cuento preferido de Beatrix Potter.
Si queréis conocer un poquito más la vida de esta escritora podéis leer un artículo que escribimos para el blog hace aproximadamente un año cuando empezábamos (aquí). En aquel momento también publicamos otros cuentos de Beatrix Potter que, aunque no sean navideños, tal vez os apetezca leerlos (aquí).
Buen fin de semana y os esperamos el domingo con una preciosa entrevista a Menena Cottin.
THE TAILOR OF
GLOUCESTER
BY
BEATRIX POTTER
NEW YORK
FREDERICK WARNE & CO, INC
COPYRIGHT, 1903
"Busquemos un espejo por mi cuenta, y
a veinte o cuarenta sastres convoquemos"
W. Shakespeare, Ricardo III
EL SASTRE DE GLOUCESTER
En los tiempos de espadas, pelucas y abrigos llenas de bordados con solapas de flores, cuando los caballeros llevaban volantes y chalecos con encaje dorado de seda de Padua, había un sastre que vivía en Gloucester.
Se sentaba al lado de la ventana de su pequeño taller en Westgate Street, encima de la mesa con las piernas cruzadas, desde la mañana a la noche.
Durante todo el día, mientras duraba la luz cortaba y cosía el raso, el brocado y la lustrina; telas con nombres extraños y muy caras para su época.
Se sentaba al lado de la ventana de su pequeño taller en Westgate Street, encima de la mesa con las piernas cruzadas, desde la mañana a la noche.
Durante todo el día, mientras duraba la luz cortaba y cosía el raso, el brocado y la lustrina; telas con nombres extraños y muy caras para su época.
Pero pese a coser sedas finas para sus vecinos, era muy, pero que muy pobre: un viejecito con gafas, rostro cansado, viejos dedos deformes y traje raído.
Cortaba los abrigos sin desperdiciar nada, siguiendo el estampado de la tela, quedando encima de la mesa pequeños retales y recortes diminutos.
-Demasiado estrecho, únicamente nos vale para hacer chalecos para ratones, decía el sastre.
Un gélido día, cuando faltaban muy pocos días para la Navidad, el sastre comenzó a hacer una casaca de pana de seda de color carmesí, bordada con pensamientos y rosas, y un chaleco de satén color melocotón y cordoncillo de estambre verde, para el alcalde de Gloucester.
El sastre trabajaba y trabajaba, hablando solo sin parar. Medía la seda y le daba vueltas y vueltas, mientras cortaba el patrón con sus tijeras. La mesa se llenaba de retalitos color carmesí.
- No me da el ancho, ni aunque lo corte al bies. No da, no da. ¡Echarpes para ratones y cintas para gente menuda!- decía el sastre de Gloucester.
Cuando los copos de nieve comenzaron a golpear los pequeños cristales emplomados de las ventanas y se hizo de noche, el sastre dio por terminada su jornada de trabajo. Encima de la mesa quedaron los trozos de seda y rasos.
Había doce trozos para la casaca y cuatro para el chaleco. También estaban los bolsillos, los puños y los botones, todo bien colocado. Para el forro de la casaca había un delicado tafetán de color amarillo, y para los ojales del chaleco, había hilo de color carmesí. Todo estaba listo para ser cosido a la mañana siguiente. Todo medido y ordenado, solamente faltaba una bobina de seda de color carmesí.
El sastre salió de su taller en la oscuridad, pues no dormía allí por las noches. Cerró la ventana y la puerta, y se llevó la llave. Por la noche solamente solían estar allí los ratoncitos pardos, ¡y ellos no necesitaban la llave para entrar y salir!
Detrás de los zócalos de madera de todas las casas antiguas en Gloucester hay escaleritas y trampillas secretas para los ratones, y los roedores solían ir de casa en casa a través de los largos y estrechos pasadizos. Podían recorrer toda la ciudad sin tener que salir a la calle.
Pero el sastre salió de su taller y se marchó a su casa arrastrando los pies por la nieve. Vivía muy cerca de allí, en la plazuela de la Universidad, junto a la puerta de entrada al jardín. Y aunque la casa era pequeña, el sastre era tan pobre que sólo tenía alquilada la cocina.
Vivía solo con su gato, de nombre Simplón.
Vivía solo con su gato, de nombre Simplón.
Durante todo el día, mientras que el sastre estaba en el taller, Simplón cuidaba de la casa. También era muy aficionado a los ratones, aunque no les daba tela para que se hiciesen gabanes.
- Miau- dijo el gato cuando el sastre abrió la puerta. -¿Miau?.
-Simplón, vamos a ser ricos -contestó el sastre-. Toma esta moneda, que son los últimos cuatro peniques que nos quedan y coge una jarra de loza. Compra un penique de pan, un penique de leche y un penique de salchichas. Simplón, con el último penique cómprame un penique de seda de color carmesí. Pero no pierdas el último de los cuatro peniques, Simplón, o estaré perdido porque ya no tengo más HILO.
- Miau- dijo el gato cuando el sastre abrió la puerta. -¿Miau?.
-Simplón, vamos a ser ricos -contestó el sastre-. Toma esta moneda, que son los últimos cuatro peniques que nos quedan y coge una jarra de loza. Compra un penique de pan, un penique de leche y un penique de salchichas. Simplón, con el último penique cómprame un penique de seda de color carmesí. Pero no pierdas el último de los cuatro peniques, Simplón, o estaré perdido porque ya no tengo más HILO.
-Miau- dijo de nuevo Simplón, y cogiendo la moneda y la jarra se perdió en la oscuridad de la noche.
El sastre estaba muy cansado y no se encontraba bien. Se sentó frente al fuego y comenzó a hablar solo acerca de la maravillosa casaca.
-Me haré rico... Cortaré al bies... El alcalde de Gloucester se casa la mañana del día de Navidad y me ha encargado una casaca y un chaleco bordado... forrado de tafetán amarillo... tafetán tenemos suficiente. Los retales que quedan solo sirven para hacer echarpes para ratones - El sastre se calló de repente al oír unos ruiditos desde la cómoda, procedentes del aparador que estaba al otro extremo de la cocina.
-¡Tip tap, tap tip, tip tip tap!-
-¿Qué puede ser?- dijo el sastre de Gloucester, saltando de la silla. El aparador estaba lleno de loza, pucheros, cuencos, platos decorados, tazas de té y jarras.
El sastre cruzó la cocina, y se quedó inmóvil junto al aparador, escuchando y mirando a través de sus gafas. Los extraños ruiditos salían de una taza de té.
-¡Tip tap, tap tip, tip tap Tip!-
-Esto es muy peculiar, dijo el sastre de Gloucester, y levantó la taza de té que estaba boca abajo.
-¡Tip tap, tap tip, tip tap Tip!-
-Esto es muy peculiar, dijo el sastre de Gloucester, y levantó la taza de té que estaba boca abajo.
De allí salió una pequeña ratoncita que le hizo ¡una reverencia! Luego bajó de un salto del aparador y desapareció por detrás del zócalo.
El sastre se sentó de nuevo junto a la lumbre, y murmuró para sí mientras se calentaba las manos.
-El chaleco está cortado en el raso de color melocotón, con sus capullos de rosa bordados con hermoso hilo de seda. ¿Habré sido prudente confiando mis últimos cuatro peniques a Simplón? ¡Veintiún ojales de hilo de color carmesí!
Pero de repente, desde el aparador, llegaron más ruiditos:
-¡Tip tap, tap tip, tip tip tap!-
-¡Esto que está pasando es muy extraño!- dijo el sastre de Gloucester, y levantó otra taza de té que estaba boca abajo.
El sastre se sentó de nuevo junto a la lumbre, y murmuró para sí mientras se calentaba las manos.
-El chaleco está cortado en el raso de color melocotón, con sus capullos de rosa bordados con hermoso hilo de seda. ¿Habré sido prudente confiando mis últimos cuatro peniques a Simplón? ¡Veintiún ojales de hilo de color carmesí!
Pero de repente, desde el aparador, llegaron más ruiditos:
-¡Tip tap, tap tip, tip tip tap!-
-¡Esto que está pasando es muy extraño!- dijo el sastre de Gloucester, y levantó otra taza de té que estaba boca abajo.
De allí salió un pequeño ratoncito que saludo al sastre con otra reverencia.
Y entonces comenzó a oírse por todo el aparador un coro de pequeños golpecitos, todos sonando a la vez, haciéndose eco, como carcomas en una vieja ventana corroída.
-¡Tip tap, tap tip, tip tip tap!-
Y de debajo de las tazas de té y de debajo de los cuencos y de los tazones salieron más y más ratoncitos que bajaban de un salto del aparador y se escondían tras el zócalo.
Y entonces comenzó a oírse por todo el aparador un coro de pequeños golpecitos, todos sonando a la vez, haciéndose eco, como carcomas en una vieja ventana corroída.
-¡Tip tap, tap tip, tip tip tap!-
Y de debajo de las tazas de té y de debajo de los cuencos y de los tazones salieron más y más ratoncitos que bajaban de un salto del aparador y se escondían tras el zócalo.
El sastre se acercó más al fuego y continuó lamentándose:
-¡Veintiún ojales de hilo de seda de color carmesí! Debo tenerlos terminados antes del mediodía del sábado, y hoy ya es martes por la noche. ¿He hecho bien en dejar escapar a esos ratones, que sin duda pertenecían a Simplón? ¡Ay! Estoy perdido, no me queda más hilo.
Los ratoncitos volvieron a salir y escucharon al sastre. Se enteraron de cuál era el patrón de aquella maravillosa casaca. Cuchichearon entre ellos sobre el forro de tafetán y sobre los echarpes para ratones.
De pronto todos empezaron a correr juntos desapareciendo en el pasadizo que se encontraba detrás del zócalo, chillando y llamándose unos a otros, mientras corrían de casa en casa. Cuando Simplón volvió con la jarra de leche ya no quedaba ni un ratón en la cocina del sastre.
Los ratoncitos volvieron a salir y escucharon al sastre. Se enteraron de cuál era el patrón de aquella maravillosa casaca. Cuchichearon entre ellos sobre el forro de tafetán y sobre los echarpes para ratones.
De pronto todos empezaron a correr juntos desapareciendo en el pasadizo que se encontraba detrás del zócalo, chillando y llamándose unos a otros, mientras corrían de casa en casa. Cuando Simplón volvió con la jarra de leche ya no quedaba ni un ratón en la cocina del sastre.
Simplón abrió la puerta y entró de un salto, maullando furioso como un gato enojado: odiaba la nieve, y tenía nieve en las orejas, en el cuello y en el cogote. Dejó el pan y las salchichas en el aparador y olisqueó.
-Simplón-, dijo el sastre, -¿dónde está mi hilo?-
Pero Simplón dejó la jarrita de leche en el aparador y miró receloso las tazas de té. ¡Quería un ratón bien rellenito!
-Simplón-, dijo el sastre, -¿dónde está mi HILO?
-Simplón-, dijo el sastre, -¿dónde está mi hilo?-
Pero Simplón dejó la jarrita de leche en el aparador y miró receloso las tazas de té. ¡Quería un ratón bien rellenito!
-Simplón-, dijo el sastre, -¿dónde está mi HILO?
Pero
Simplón escondió a hurtadillas un paquetito en la tetera y bufó
y gruñó al sastre. Si Simplón hubiera podido hablar, habría
preguntado:
-¿Dónde está mi RATÓN?
¡Ay, estoy perdido!- dijo el sastre de Gloucester, y se fue a la cama con gran tristeza. Durante toda la larga noche Simplón buscó y rebuscó por toda la cocina, abriendo los armarios y mirando tras el zócalo y en la tetera dónde había escondido el hilo, pero no encontró ningún ratón. Cada vez que el sastre hablaba en sueños, Simplón decía:
¡Ay, estoy perdido!- dijo el sastre de Gloucester, y se fue a la cama con gran tristeza. Durante toda la larga noche Simplón buscó y rebuscó por toda la cocina, abriendo los armarios y mirando tras el zócalo y en la tetera dónde había escondido el hilo, pero no encontró ningún ratón. Cada vez que el sastre hablaba en sueños, Simplón decía:
-¡Miau -marramiau-ssch!-
Y hacía unos ruidos extraños y horribles, como hacen los gatos por la noche. El pobre sastre que estaba muy enfermo y tenía fiebre, no dejaba de dar vueltas en
su cama con dosel. Y en sueños seguía murmurando:
-¡No me queda hilo, no me queda hilo!-
Estuvo enfermo todo ese día y el día siguiente, y el siguiente. ¿Y que sucedió con la casaca color carmesí?
En el taller del sastre en Westgate Street, la seda y el satén bordado esperaban sobre la mesa, con veintiún ojales, pero ¿quién los iba a coser si la ventana y la puerta estaban cerradas con llave?
En las calles, la gente iba al mercado caminando por la nieve para comprar sus gansos y pavos y se apresuraban para cocinar sus pasteles de Navidad. Pero no habría cena de Navidad para Simplón y el pobre sastre de Gloucester.
El sastre estuvo enfermo durante tres días y tres noches. Y llegó la víspera de Navidad. Era muy tarde y la luna se encaramaba por los tejados y las chimeneas, mirando desde lo alto la entrada de la plaza de la Universidad. No había luces en las ventanas ni ruido en las casas. Toda la ciudad de Gloucester estaba profundamente dormida bajo un manto de nieve.
Simplón seguía buscando sus ratones y maullaba mientras permanecía junto a la cama con dosel.
El sastre estuvo enfermo durante tres días y tres noches. Y llegó la víspera de Navidad. Era muy tarde y la luna se encaramaba por los tejados y las chimeneas, mirando desde lo alto la entrada de la plaza de la Universidad. No había luces en las ventanas ni ruido en las casas. Toda la ciudad de Gloucester estaba profundamente dormida bajo un manto de nieve.
Simplón seguía buscando sus ratones y maullaba mientras permanecía junto a la cama con dosel.
Pero hay una historia muy antigua que dice que todos los animales pueden hablar desde la Nochebuena hasta el día de Navidad por la mañana. Aunque hay muy poca gente que puede escucharlos o entiende lo que dicen.
Cuando en el reloj de la catedral dieron las doce sonó como un eco, respondiendo las campanas. Simplón lo oyó, y salió de casa del sastre y caminó errante por la nieve.
De todos los tejados, aleros y de las viejas casas de madera en Gloucester salieron un millar de alegres voces cantando alegres y antiguos villancicos. Canciones de toda la vida y alguna que no conocemos, como la que habla de las campanas de Whittington.
Cuando en el reloj de la catedral dieron las doce sonó como un eco, respondiendo las campanas. Simplón lo oyó, y salió de casa del sastre y caminó errante por la nieve.
De todos los tejados, aleros y de las viejas casas de madera en Gloucester salieron un millar de alegres voces cantando alegres y antiguos villancicos. Canciones de toda la vida y alguna que no conocemos, como la que habla de las campanas de Whittington.
Los primeros en cantar bien fuerte fueron los gallos:
- ¡Arriba, señora, levántate a preparar sus pasteles!-
-¡Vaya, vaya!- suspiró Simplón.
En una buhardilla se veían luces y se escucaba música de baile, y los gatos se iban acercando.
-Tararí, Tararí, Tarari Hey, el gato y el violín! Todos los gatos de Gloucester excepto yo...!, dijo Simplón.
Bajo los aleros de madera, los estorninos y los gorriones cantaban canciones que hablaban de los pasteles de Navidad. Las grajillas se despertaron en la torre de la catedral, y aunque aun era de noche, rompieron a cantar los zorzales y los petirrojos. Llenaban el aire con alegres melodías.
¡Todo aquello era demasiado para el pobre y hambriento Simplón!
Estaba especialmente molesto con algunas vocecitas chillonas que salían de detrás celosía de madera. Creo que eran murciélagos, porque sus vocecillas son muy agudas, sobre todo cuando cae una gran helada y hablan en su sueño, como el sastre de Gloucester.
Su misteriosa canción decía algo así:
Estaba especialmente molesto con algunas vocecitas chillonas que salían de detrás celosía de madera. Creo que eran murciélagos, porque sus vocecillas son muy agudas, sobre todo cuando cae una gran helada y hablan en su sueño, como el sastre de Gloucester.
Su misteriosa canción decía algo así:
Buzzz, dice la mosca azul,
hummm, dice la abeja,
Zumba que te zumba
Zumba que te zumba
en nuestras pobres orejas.
Simplón se marcho sacudiéndose las orejas como si tuviera una abeja dentro su sombrero.
Desde el taller del sastre en la calle Westgate salía una luz, y cuando Simplón se subió a la ventana para mirar, vio que estaba lleno de velas. Había un vaivén de tijeras, y un trasiego de hilos, y vocecitas ratones que cantaban alegres canciones:
Venticuatro sastrecillos
de caza han salido hoy
y la presa que persiguen
es un pobre caracol.
El mejor de todos ellos
ni a tocarlo se atrevió.
Caracol sacó los cuernos
y tras ellos se lanzó.
¡Corre, corre, sastrecillo
que te coge el caracol!
de caza han salido hoy
y la presa que persiguen
es un pobre caracol.
El mejor de todos ellos
ni a tocarlo se atrevió.
Caracol sacó los cuernos
y tras ellos se lanzó.
¡Corre, corre, sastrecillo
que te coge el caracol!
Y sin hacer la menor pausa las vocecitas continuaron cantando.
¡Muele la harina de mi señora,
por el cedazo pásala ahora,
una castaña...
¡y que repose una hora!
-¡Miau! ¡Miau!- interrumpido Simplón mientras arañaba la puerta.
Pero la llave estaba debajo de la almohada del sastre y no podía entrar.
Pero la llave estaba debajo de la almohada del sastre y no podía entrar.
Los ratoncitos se rieron, y entonaron otra melodía:
Tres ratoncitos se pusieron a bordar,
pasó una gatita y los miraba sin cesar.
¿Qué hacéis, señores?
Una casaca para caballeros
¿Corto los hilos? No, dola gata,
porque tus uñas miedo nos dan.
pasó una gatita y los miraba sin cesar.
¿Qué hacéis, señores?
Una casaca para caballeros
¿Corto los hilos? No, dola gata,
porque tus uñas miedo nos dan.
-¡Miau! ¡Miau!- gritó Simplón.
-¿Tiriti tiritita?- respondieron los ratoncitos.
Tiriti tiritita, bello animal.
Los mercaderes de Londres van de
rojo tafetán;
Seda en el cuello,
y el oro en el gabán
Contentos y ufanos los mercaderes van.
Los mercaderes de Londres van de
rojo tafetán;
Seda en el cuello,
y el oro en el gabán
Contentos y ufanos los mercaderes van.
Y después compré
con una monedita,
un jarro y una jarrita
una copa y una copita.
-... y encima del aparador de la cocina -añadido el ratoncito maleducado.
-¡Miau! ¡Scratch! ¡Scratch!- bufó Simplón en el alféizar de la ventana, mientras los ratoncitos en el interior se ponían de pie de un salto y comenzaban a gritar todos a la vez con sus voces cantarinas:
-¡No queda hilo! !No queda hilo!-
Y trancaron los postigos de la ventana dejando fuera a Simplón.
Pero a través de las rendijas de los postigos podía oír el ruido de los dedales y las vocecitas de los ratones cantando.
-¡No queda hilo! ¡No queda hilo!-
Simplón salió de la tienda y se fue a casa pensativo. Encontró el pobre sastre sin fiebre, durmiendo pacíficamente.
Fue de puntillas y sacó el paquetito de hilo de seda de la tetera, y lo miró pensativo a la luz de la luna. Se sentía muy avergonzado de su maldad en comparación con aquellos ratoncitos tan buenos.
Cuando el sastre se despertó por la mañana, lo primero que vio sobre su vieja colcha hecha de retazos fue una madeja de hilo de seda de color carmesí y al lado de su cama al arrepentido Simplón.
Cuando el sastre se despertó por la mañana, lo primero que vio sobre su vieja colcha hecha de retazos fue una madeja de hilo de seda de color carmesí y al lado de su cama al arrepentido Simplón.
-¡Ay, de mí!- dijo el sastre de Gloucester, -estoy agotado pero tengo el hilo.
El sol brillaba sobre la nieve cuando el sastre se levantó, se vistió y salió a la calle con Simplón corriendo delante de él.
Los estorninos silbaban en las chimeneas y los zorzales y los petirrojos cantaban, pero solo emitían sus ruiditos habituales, no las palabras que habían cantado durante toda la noche.
-¡Ay, de mí!-dijo el sastre.
-Tengo el hilo, pero las fuerza ni el tiempo, solamente me llega para hacer un ojal. Hoy es el día de Navidad por la mañana. El alcalde de Gloucester se casa al mediodía ¿y dónde está su casaca de color carmesí?
Abrió la puerta de su taller en Westgate Street y Simplón entró corriendo, como un gato que espera algo.
El sol brillaba sobre la nieve cuando el sastre se levantó, se vistió y salió a la calle con Simplón corriendo delante de él.
Los estorninos silbaban en las chimeneas y los zorzales y los petirrojos cantaban, pero solo emitían sus ruiditos habituales, no las palabras que habían cantado durante toda la noche.
-¡Ay, de mí!-dijo el sastre.
-Tengo el hilo, pero las fuerza ni el tiempo, solamente me llega para hacer un ojal. Hoy es el día de Navidad por la mañana. El alcalde de Gloucester se casa al mediodía ¿y dónde está su casaca de color carmesí?
Abrió la puerta de su taller en Westgate Street y Simplón entró corriendo, como un gato que espera algo.
¡Pero no había nadie! ¡Ni un solo ratoncito pardo!
El suelo estaba barrido, los hilitos y los trozos de seda que no servían ya no estaban. No quedaba nada en el suelo.
El suelo estaba barrido, los hilitos y los trozos de seda que no servían ya no estaban. No quedaba nada en el suelo.
El sastre dio un grito de alegría. Sobre la mesa, donde él había dejado trozos de seda, estaba la casaca y el chaleco de raso bordado más hermoso que un alcalde de Gloucester hubiera vestido jamás.
La casaca tenía rosas y pensamientos y el chaleco estaba bordado con amapolas y espigas.
Todo estaba terminado, excepto un ojal de color carmesí, y donde faltaba este ojal había prendido un trozo de papel con estas palabras, escritas en letra muy pequeñita:
NO QUEDA HILO
A partir de ese día cambió la suerte del sastre de Gloucester, que recobró la salud y se hizo muy rico.
Hizo los más bonitos chalecos para todos los comerciantes ricos de Gloucester y para todos los elegantes caballeros que vivían en la comarca.
Nunca se han visto volantes, puños y vueltas bordados como aquellos. Pero lo que más éxito tenía eran sus ojales.
Las puntadas de aquellos ojales eran tan, tan perfectas que me pregunto cómo podían hacerlas un anciano con gafas, dedos retorcidos y dedal de sastre.
Las puntadas de aquellos ojales eran diminutas, tan diminutas como si las hubiese hecho un ratoncito.
Nunca se han visto volantes, puños y vueltas bordados como aquellos. Pero lo que más éxito tenía eran sus ojales.
Las puntadas de aquellos ojales eran tan, tan perfectas que me pregunto cómo podían hacerlas un anciano con gafas, dedos retorcidos y dedal de sastre.
Las puntadas de aquellos ojales eran diminutas, tan diminutas como si las hubiese hecho un ratoncito.
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