En la antigua Grecia los dioses eran muy duros, podríamos definirlos como implacables, con todo aquel que les decepcionaba. Aunque probablemente una de las más temidas era Hera, la mujer legítima de Zeus y reina de los dioses, porque su carácter vengativo hacía que jamás perdonase ninguna ofensa.
Gustave Moreau, El pavo real contemplando a Hera.
Y sino que se lo cuenten a los habitantes de Tebas, una ciudad situada a unos 40 km de Atenas, que tuvieron que sufrir durante años el terrible castigo que Hera les envío por un crimen cometido en su ciudad. ¿Cúal
era el castigo? Os lo cuento, pero tiene que ver con uno de esos
terribles y temidos monstruos mitológicos de los que tanto hemos hablado
en RZ100 Cuentos de boca (aquí).
Detalle de Edipo y la esfinge de François Xavier Fabre
Para los Griegos la Esfinge era un monstruo colosal del cual no sabemos muy bien su origen: para unos era
única y de ascendencia divina, para otros una especie de animal nacido en el corazón de África, pero en lo que todos se ponían de acuerdo era en considerarla una especie de demonio encargado de destruir y devorar a todo cuanto se ponía en su camino.
Su imagen ya era terrorífica: rostro y cabeza de mujer, patas de león, cola de serpiente y enormes alas de águila.
Edipo y la esfinge de François Xavier Fabre
Pues bien, este terrible monstruo fue el castigo que Hera mando a la ciudad de Tebas. Colocada en un desfiladero a la entrada de la ciudad por el que debía pasar todo aquel que quería acceder a la misma, en cuanto veía que alguien la Esfinge se acercaba le cerraba el paso, le obligaba a deternerse y con voz muy dulce le decía:
Si quieres seguir adelante deberás
acertar el siguiente acertijo.
Y es que la aterradora criatura tenía la curiosa costumbre, antes de convertir a sus víctimas en comida, de plantear enigmas muy difíciles, practicamente imposibles de responder para el común de los mortales, a cambio de dejarles ir tranquilamente.
Os podéis figurar el miedo del viajero cuando con un nudo en la garganta y sin apenas voz le preguntaba:
¿Y si no acierto que pasará?
A lo que ella sin piedad respondía:
Pues que no tendré más remedio
que castigar tu total ignorancia.
Jean-Auguste Dominique Ingres, Edipo y la Esfinge, 1808.
Y justo en ese momento, con la voz más dulce y embaucadora que os podáis hacer a la idea, la Esfinge pronunciaba su enigma:
Cuál es el ser que sólo tiene una voz y
anda con cuatro patas a la mañana;
con dos al mediodía,
y tres por la tarde.
Ante la dificultad de la pregunta el viajero se ponía a temblar, a sudar de miedo, a balbucear.... y aunque hacía todo lo posible por encontrar la respuesta el pánico que sentía le bloqueaba y le era imposible pensar con claridad.
La Esfinge, que gozaba con la situación, impasible y en silencio observaba al viandante y cuando ya consideraba que había disfrutado suficiente le preguntaba con cierto cinismo.
¿Es que no sabes la respuesta?
No hacía falta que la Esfinge dijese nada más, el viajero ya sabía cuál era su destino. La Esfinge aproximaba sus manos al cuello del pobre viajero y con todas sus fuerzas acababa con él.
Durante años la Esfinge sembró el terror entre los ciudadanos de los alrededores. Nadie estaba libre de sus malas mañas y los habitantes de Tebas asumieron con resignación que podían ser presas del monstruo en el momento menos pensado. Todos sabían lo qué había que hacer para librarse de ella: resolver el acertijo, pero nadie era capaz de encontrar la respuesta.
Las cosas cambiaron de repente cuando apareció en la ciudad un forastero de nombre Edipo que conocedor de su gran inteligencia fue a Tebas a medirse con el temible monstruo. En cuanto la Esfinge le vio pasar por el desfiladero se interpuso en su camino y, tras presentarse y dar cuenta de sus intenciones, lanzó su acertijo:
Cuál es el ser que sólo tiene una voz y
anda con cuatro patas a la mañana;
con dos al mediodía,
y tres por la tarde.
Gustave Moreau, Edipo y la esfinge, 1864
Edipo, que sabía muy bien a lo que se enfrentaba, escuchó el enigma con total atención esforzándose por averiguar la respuesta. Pese a los esfuerzos que hacía no daba con la solución, así que intentando buscar una mayor concentración tomó un palo, dibujo un círculo en el suelo y se introdujo dentro. Allí estuvo más de una hora hasta que por fin, con voz clara y potente, dijo:
La solución a tu enigma es el HOMBRE.
Es él quien tiene una voz que habla.
Es él quien quien de recién nacido,
en su gateo, anda a cuatro patas.
De adulto, en el mediodía de su vida,
camina sobre sus dos pies.
Ya de mayor, en su vejez, necesita de un bastón,
su tercera pata, para poder caminar.
La Esfinge no podía creer lo que acababa de escuchar. Su cara siempre impasible comenzaba a reflejar el horror. Un humano había sido capaz de desvelar su enigma. Edipo, ese forastero lo había adivinado y debía dejarlo ir.
Desesperada y sin poder aceptar su derrota perdió el control sobre sí misma y se lanzó desde lo alto del desfiladero.
Por fin la ciudad de Tebas había sido liberada del miedo y del horror. Una vez más la inteligencia había ganado a la fuerza y al terror. Edipo en compensación fue coronado rey de Tebas. Parecía que lo tenía todo para ser feliz: bondad, inteligencia, poder...
aunque la historia a veces se complicaba
y él que tan bien había descifrado el enigma de la Esfinge
no conocía el suyo propio.
Pero esta es otra historia que contaremos otro día...
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