La pasada semana veíamos como los griegos, vencedores de la guerra de Troya (
aquí), al iniciar su camino de regreso a casa se encuentran con un serio problema:
la furia de los dioses que, hartos de ver como los griegos no respetan al enemigo vencido, les castigan enviándoles vientos huracanados, fuertes tempestades, truenos amenzadores y olas gigantescas.
La gran flota de
Agamenón se dispersa y
Ulises se encuentra solo en mitad del océano con su pequeña flotilla de doce navíos.
Comienzan las tribulaciones para Ulises y los suyos. Ésas que les van a alejar de su Ítaca querida otros diez años y que les llevarán a un mundo legendario en donde se las tendrán que ver con dioses, muertos y monstruos.
Y precisamente
un terrible monstruo de un solo ojo y enorme cuerpo será el primer gran obstáculo con el que deben enfrentarse Ulises y los suyos. Su nombre:
Polifemo.
Tras muchos días navegando en las peores condiciones, con vientos contrarios y espantosas tempestades; tras ver, como pese a estar tan cerca, se alejaba su querida y amada
Ítaca, por fin
Ulises y los suyos consiguieron, muy entrada la noche,
llegar a una tierra desconocida en donde esperaban poder obtener provisiones para continuar su viaje.
No sabían dónde estaban pero cuando a la mañana siguiente se despertaron no podía gustarles más lo que veían. Por fin un lugar tranquilo, con abundante caza y agua fresca perfecto para reparar las fuerzas y obtener provisiones.
La compañeros de Ulises estaban encantados con la situación. Por un momento podían olvidarse del mar y de todas las calamidades vividas...
Pero Ulises perplejo, permanecía al margen
intrigado ante lo que veían sus ojos:
una misteriosa isla.
La curiosidad y la necesidad de conocer los posibles peligros a los que se podían enfrentarse hacen que el
héroe, cargado con buen vino y con doce hombres como compañía, se adentre en el interior de la isla y cuando apenas han caminado unos metros descubren una enorme cueva.
Ulises y sus hombres se introducen dentro y quedan absolutamente sobrecogidos por el enorme tamaño que posee todo lo que está allí se encuentra: quesos de la talla de una rueda; vasijas rebosante de leche que bien podían servir para bañarse en ellas y al fondo tal cantidad de ovejas y cabritos que con ellos se podría abastecer a un pueblo entero. Pero allí no había ni rastro de su dueño.
Los compañeros de Ulises sobrecogidos por el miedo, lo único que desean es tomar algunas provisiones y volver lo más rápidamente posible al barco. Pero
Ulises no está por la labor.
Antes de marcharse deben contemplar al dueño de semejante gruta.
Así que allí se quedan, comiendo algo mientras esperan que el dueño de la cueva haga acto de presencia.
De repente oyeron unos pesados pasos y vieron como una enorme sombra se proyectaba en la puerta de la cueva. Unos segundos más tarde entró
un enorme monstruo con figura de hombre cuyo tamaño cuatriplica la talla de cualquiera de nosotros y en cuya frente había un único y redondo ojo. No cabía ninguna duda.
Ulises y sus hombres habían ido a parar al país de los cíclopes.
Y al momento comprendieron que su vida corría serio peligro.
El cíclope, ajeno a los "huéspedes" que habían ocupado su casa, introdujo como todos los días en el interior de la cueva gran cantidad de leña para después, tras reunir a su rebaño, colocar en la entrada una enorme piedra plana que ni la fuerza de diez bueyes hubieran conseguido mover.
La cueva quedó en silencio y a oscuras. Ulises y sus hombres pegados a la pared intentaban contener la respiración. Pero de poco les iba a servir. En unos minutos el fuego vuelve a iluminar la estancia y el cíclope se percata de la presencia humana.
Ustedes, forasteros:
¿Qué hacen en mi cueva?
¿De dónde son?
¿Cúal es su nombre?
Somos griegos, respondió Ulises. Guerreros de Agamenón. Llevamos años luchando contra Troya y por fin ganamos la guerra. Cuando nos proponíamos volver a nuestra casa las corrientes y los vientos nos han arrastrados hasta tierras desconocidas por lo que le rogamos, que siguiendo las leyes sagradas de la hospitalidad, acoja en su cueva a estos pobres huéspedes fatigados.
Ya sabe que quien incumple estas leyes es castigado por Zeus, dueño y señor del destino de los hombres.
Polifemo, que así se llamaba el cíclope, mirándo fijamente a Ulises dijo:
A los cíclopes Zeus nos importa un pimiento. Nosotros únicamente nos regimos por nuestros deseos y en este momento mi mayor deseo es comerme a dos de tus compañeros.
Y sin pensarlo dos veces
cogió a dos hombres, golpeó sus cráneos contra las rocas y arrancando los miembros uno a uno se los fue comiendo. Una vez hubo acabado, ante el horror y el terror de todos los presentes, se tendió en el suelo y se durmió.
En cuanto Ulises vio que el monstruo estaba dormido levanta su espada para matarlo pero la pudencia lo detiene.
Si mata al cíclope no habrá manera de salir de la cueva, pues solo él es capaz de mover la roca con la que ha tapiado la entrada.
Así que con todo el sigilo del mundo y ante el asombro de sus compañeros vuelve a colocarse en su sitio.
A la mañana siguiente el gigante tras encender el fuego y ordeñar a sus ovejas vuelve a devorar a otros dos compañeros para después sacar a su rebaño, tapiar la entrada y marcharse a los pastizales a pasar el día.
Los compañeros de Ulises están desesperados y muertos de miedo. Saben perfectamente el destino que les espera si permanecen en esa cueva pero desconocen la manera de salir de ella.
Solamente Ulises ha sido capaz de mantener la calma y como siempre, cuando se enfrenta una situación límite que todos dan por perdida, está urdiendo un plan con el que intentará salvar a sus compañeros.
Ulises manda a sus hombres recoger un tronco de olivo que el gigante había dejado en la entrada de la cueva. Entre todos lo cortan en punta, lo afilan y lo esconden bajo una capa de estiércol.
Y así, sin decir nada más, continúan esperando a que llegue la noche y
Polifemo vuelva.
Al anochecer la secuencia del día anterior volvió a sucederse. Primero oyeron los pesados pasos para posteriormente ver como el enorme cíclope hacía su entrada en la cueva. Tras cerrar la entrada y acomodar a su ganado, encendió el fuego para acto seguido tomar a dos nuevos hombres y convertirlos en su cena.
En ese momento, y con el asombro de sus compañeros,
Ulises se acerca a
Polifemo y le dice:
Toma de nuestro vino, acompañarás mucho mejor tu cena que con la leche que tú tomas.
El cíclope sin muchos miramientos toma el recipiente y fascinado ante el sabor de una bebida tan deliciosa engulle el líquido de un solo trago. El insensato pide que le rellenen el recipiente tres veces más y por supuesto,
el alcohol empieza a hacer efecto en su cabeza.
Amigo- dice el cíclope a Ulises- te quiero agradecer este maravilloso obsequio que me has dado. Es lo mejor que he bebido nunca.
Y volviéndose a llevar el recipiente a la boca añadió.
Dime, ¿cómo te llamas?
A lo que
Ulises respondió:
Me llamo "Nadie". Ese es el nombre con el que me conocen mi madre, mi padre y todos mis compañeros.
Dime tú ahora, prosiguió Ulises:
¿Con qué me vas a obsequiar?
Y lanzando una espantosa carcajada el gigante le contestó:
Me comeré primero a todos tus compañeros y te dejaré a ti para el final. Ese será mi regalo.
Sin dejar de reír cayó al suelo y se durmió.
En ese mismo momento
Ulises cogió la afilada estaca que habían realizado con el tronco de olivo
y puso, ayudado por los seis compañeros que toda vía quedaban con vida,
la punta al fuego. Cuando ésta estuvo incandescente,
entre todos la hincaron en el único ojo del cíclope y haciéndola girar se la clavaron profundamente.
El alarido de dolor que lanzó el gigante hizo retumbar la cueva. Con todas sus fuerzas extrajo el tronco y ciego y ensangrentado comienza a llamar a los cíclopes que vivían en las cuevas vecinas.
Polifemo, ¿por qué nos despiertas en plena noche?
¿Quién te está maltratando para chillar de esa manera?
A lo que Polifemos responde a gritos:
NADIEEEEEEE
N-A D-I-E me ha herido en el ojo y me ha intentado matar.
Los cíclopes cansados y molestos por haber sido despertados de noche le responden:
Si nadie te hiere nada podemos hacer por ti. No necesitas nuestras ayuda debes pedir ayuda a nuestro padre Poseidón.
Y sin más explicaciones se dan la vuelta y cada uno vuelve a su cueva a dormir. Por supuesto
Ulises ante la escena ríe para sus adentros porque su plan esta teniendo efecto.
A la mañana siguiente a tientas y como puede el gigante retira la roca de la entrada para que su rebaño salga. Ebrio de venganza su única obsesión es que
Ulises y sus compañeros no aprovechen la ocasión para escapar, por lo que se sienta en la puerta de la cueva con los brazos extendidos de manera que si alguno de sus agresores logra salir él pueda percatarse y capturarlo.
Pero
Ulises nuevamente ya ha pensado la manera para salir de la cueva...
Él y sus compañeros se había metido debajo del vientre de los carneros y aunque Polifemo palpa el lomo de cada una de sus preciadas reses es incapaz de darse cuenta que por abajo, bien agarrados a la lana, están huyendo de la cueva Ulises y los suyos.
Una vez fuera
Ulises y sus hombres corren a la playa donde les esperan el resto de sus compañeros y tras coger las mejores piezas del rebaño embarcan y reman con todas sus fuerzas intentando alejarse lo antes posible del alcance del gigante.
Al cabo de un rato, cuando ya se encuentran fuera de peligro
Ulises le grita.
Cíclope, esto es lo que les ocurre a aquellos que en lugar de ser hospitalarios se dedican a devorar a sus huéspedes.
Si alguien te pregunta quién te dejo ciego, dile que fue Ulises, hijo de Laertes y rey de Ítaca.
Polifemo alzó los brazos y llenó de dolor y cólera se dirigió a Poseidón, el rey de los mares:
Oh, Poseidón, venga a tu hijo: haz que Ulises no vuelva jamás a su amada Ítaca y si lo hace, lo haga solo, privado de sus compañeros y allí le espere la desdicha.
En Olimpo
Poseidón escucha los ruegos de su hijo. ¿Le hará caso?
Lo iremos viendo en próximas entregas...
La siguiente el jueves que viene. Os espero.
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